Gratificación diferida. ¿Educación para triunfadores?

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cubierta Cerebro y libertadVarios de los recuerdos más llamativos que guardo de la educación en mi niñez tienen que ver con negativas de mi padre a cosas que yo quería. Recuerdo las negativas, pero no guardo con igual exactitud cuando lo que deseaba llegaba sin protestas.

Sólo le había dado importancia en la medida en que he aprendido que lo que obtenemos con trabajo lo disfrutamos más. Pero hay algo más a lo que alguien ha puesto nombre y teoriza sobre ello.

El psicólogo Walter Mischel realizó un estudio con niños cuya duración alcanzó más de 20 años. La idea fue sentarlos solos (a cada niño por separado) en una habitación y ponerlos delante de una golosina, asegurándole que era suya, pero a la vez se le prometía que si durante 15 minutos no se la comía le traerían otra igual y tendría dos.

¿Por qué 20 años para este estudio? El doctor Mischel siguió el desarrollo de estos niños durante este tiempo llegando a una conclusión digna de analizar detalladamente: aquellos niños que pudieron esperar, los que tuvieron la capacidad de aplazar la gratificación de comer la golosina en los primeros 15 minutos, tuvieron luego en sus vidas futuras, mejores notas y mejores carreras que los que no pudieron esperar. ¿Sorprendente, no?

Evidentemente, no quiere eso decir que basta con hacerle esto a un niño para saber que será un triunfador. Cada persona es ella y sus circunstancias, y muchas veces aprendemos tarde y por nuestra cuenta, lo que nadie nos enseñó en su momento. Pero sí es interesante, ¡muy interesante! que algo tan simple y básico de la educación como el aprendizaje de la gratificación diferida (otros le llaman compensación por demora o hasta vagancia por anticipado) pueda predisponer elementos en una persona para hacerla más capaz ante la vida.

El doctor Joaquín Fuster, neurocientífico, autor de un magnífico estudio titulado Cerebro y libertad,dice que “el cerebro tiene mucho que ver con el destino”. Es una forma de apuntalar la idea de que aquello que llevamos metido en el cerebro, aquello que nos enseñan: memorias, tradiciones, se manifiestan en nuestras decisiones haciéndonos escoger lo adecuado ante cada caso.

Y es aquí donde es importante la gratificación diferida. La libertad, el libre albedrío, la capacidad de ser nosotros y no otro, de escoger bien, mal regular, está de alguna manera, impresa en nuestro cerebro, sí, adquirida por herencia aunque gran parte aprendida por nuestros sentidos..

Cuando un padre enseña a su hijo a aplazar el placer, cuando le dice que la chocolatina o el caramelo, o más tarde el videojuego, demora o no se puede obtener en ese momento, quizás le deja una decepción temporal a su vástago, pero a la vez le enseña a esperar para obtener una gratificación superior en un momento futuro. Simplemente, le enseña a saber esperar, y sin saberlo, le educa para ser más capaz ante la vida.

El cerebro es plástico, resiliente, capaz de asimilar lo aprendido para permitirnos escoger mejor. Es una red amplia, abierta, lista para aprender y asimilar, para hacernos capaces de tomar la mejor decisión posible ante las más disímiles circunstancias, y por tanto más aptos para la sobrevivencia.

Dice Fuster: “El individuo dotado de una corteza muy interconectada, inteligente, instruido, y con destrezas lingüísticas superiores, tendrá más opciones en la vida, y por tanto, en principio, será más libre”.

Aquí está lo más interesante: aprender desde niños a moldear el cerebro es algo que los padres podemos hacer. No todo es triunfo, no todo es alcanzar metas, pero el amor, el cariño, no es nada si no formamos un individuo apto en un mundo muy individualista. La gratificación diferida, es apenas un paso, pero un gran paso.

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