Aunque es importante no prestar atención a distracciones innecesarias y estúpidas, a veces es imperioso dejar a la vista los claros que vamos abriendo en el camino para aquellos que están todo el tiempo señalando lo impenetrable de la maleza que lo cubre.
Y es que a muchos las insatisfacciones y frustraciones personales les hace compararse constantemente con el vecino. Quizás porque no tienen clara su misión, porque no tienen opinión propia, o porque necesitan la aprobación ajena para zarpar o encarar los obstáculos de su viaje. Y para ello gritan más y vociferan que la suya es más grande. Pues bueno…
No me importa el tamaño de las demás. Podría presumir de mis virtudes –que algunas debo tener–, pero prefiero concentrarme, no en lo conseguido –que no es poco–, sino en lo que queda por recorrer para llegar adonde quiero. Prefiero concentrarme en lo importante que puedo hacer con esas virtudes que pueda tener sin prestar atención al insignificante himno de los grillos que canturrean en la maleza, quienes creen que por gritar más alto, su voz se escucha mejor.
Si de algo debemos tener certezas en esta vida es que para hacer nuestro viaje debemos fijar nuestro interés en los preparativos de nuestro barco, no a competir con la barcaza que va a nuestro lado con altavoces intentando llamar la atención. Y si algo debemos tener aprendido en este camino de la vida es que nadie quiere morir nuestra muerte, y por lo mismo tampoco a nadie, por más que lo ambicione, debemos permitirle vivir nuestra vida aunque se compare todo el tiempo con nosotros.
Mi caso. No compito con mis semejantes –¡Qué absurdo! ¿Para qué?– sino contra mí mismo. Rivalizo con mis logros, poniéndome metas más altas, objetivos más difíciles, haciendo de las quimeras oasis donde descansar para empezar un nuevo viaje. Jamás me verás achantándome, regodeándome en lo conseguido, revolcando mi nariz en mi propia morada porque en ella hay perfumes pero también hay mierdas. Jamás me voy a creer que he llegado porque adonde me dirijo es un viaje eterno para el que necesito varias vidas.
Doy lo mejor de mí mismo, intentando aprender con cada paso, retrocediendo uno y avanzando dos; y mientras irremisiblemente avanzo, intento enseñar lo aprendido a los que me piden consejo porque de nada me sirve aprender para guardar en las gavetas.
No, no compito. Y si con alguien debo competir se llaman Thomas Mann, Hermann Hesse, Aristóteles, Sócrates o Confucio. Es insubstancial compararse con los grillos que claman atención desde el monte cuando una luz se alza como un faro en la distancia. Y lo confieso, también, quizás, contra aquellos que aseguran que es imposible lo que yo voy dejando detrás como metas alcanzadas. Porque jamás pienso que lo conseguido, que lo recorrido es todo lo que pude dar. Siempre hay nuevas metas imposibles que alcanzar.
Así que por favor, grillo, deja de gritar: tu canto no conmueve.