Una de las verdades más seguras sobre la innovación y sus resultados es el uso de la creatividad. Detrás de cada idea novedosa, proyecto exitoso o un triunfo reconocido hay alguien que se obligó a pensar de forma diferente. Ahí están la máquina de vapor, Microsoft, Apple y Facebook para demostrarlo.
Pero lo que está revolucionando la creatividad son los recientes estudios del cerebro, que están dejando claro que este concepto no es un invento de psicólogos aburridos para un grupo de privilegiados que inventan aparatos, pintan cuadros y manchan folios, sino que es inherente a la naturaleza humana y se puede aprender. Lo curioso es lo escaso que lo hacemos o lo incentivamos en los demás.
Recuerdo en la magnífica serie Shameless, en su versión americana, como uno de los personajes más interesantes, quinceañero insolente y medio delincuente, pero que roza la genialidad informática y electrónica, es emplazado por un profesor a ingresar en la universidad. El chaval está renuente. Quiere estudiar Robótica, pero inmediatamente dice:
-Pero nada de esa mierda de relleno de estudiante. Nada de clases de 200 alumnos dada por asistentes de profesores. Solo quiero la mierda desplegada frente a mí. Las herramientas, sabes, los juguetitos, las cosas a las que no tengo acceso en mi instituto del gueto.
Y termina diciendo ante el estupor del profesor:
-No quiero sentarme en una clase que me enseñe cómo modificar logaritmos en vez de pensar por mí mismo. Está bien que haya gente trabajando en las máquinas de telar del siglo 17, pero ¿sabes? no previeron la máquina de vapor. El invento, La revolución industrial. Es decir, la Enciclopedia Británica no vio venir Wikipedia. Las grandes cosas no suceden en pequeños incrementitos. Ocurren cuando alguien piensa completamente diferente. Y ustedes, genios, sólo modifican algoritmos.
Indudablemente es algo exagerado decir que los estudios no sirven para nada. Ya comenté alguna vez la capacidad de innovación y motivación de Steve Jobs, si bien dejó los estudios de forma temprana, venía con estudios previos que le permitieron ser, probablemente, una de las mentes más privilegiadas de la innovación tecnológica del siglo XX y XXI. De la nada sale nada.
Lo realmente importante en cualquier rama científica o sociológica es la innovación; ya sea la por la aportación de ideas nuevas o por el mejoramiento de las existentes, y muchas veces es necesario para ello, pensar de otra manera a la tradicional: la creatividad.
Para poder pensar diferente, para poder aportar ideas nuevas a un problema difícil, primero hay que conocerlo, y para conocerlo profundamente hace falta haberlo estudiado de forma meticulosa, quisquillosa si se quiere. Los estudios, la escuela, los límites de la educación tradicional, el conocimiento previo a nosotros, es la base que nos permite acceder a nuevas ideas. No hay que negarlos, hay que agarrarlos, hacerlos nuestros como el montar en bicicleta, y luego desaprenderlos.
Esta idea de desaprender, que se usa en las actuales técnicas del coaching y la ayuda emocional tiene un origen antiquísimo. Fue la bañera que dio origen al ¡Eureka! de Arquímedes, el antibiótico que mató por error unas bacterias a Fleming, o la chocolatina derretida en el bolsillo del doctor Spencer mientras fabricaba un radar. En realidad nada se desaprende, he dicho por aquí. Desaprender es el término tomado, quizás a la ligera, para caracterizar una forma de “pensar diferente”, o “repensar”, (que muchos traen del anglicismo rethink).
Pensar diferente, o repensar, implica ver un problema desde una perspectiva desacostumbrada. Es dejar de verlo como un problema, tomarlo como un juego, o intentar abordarlo como si fuera otra cosa, mirarlo como si nos fuera ajeno, extraño, como si fuéramos unos novatos a los que se les acaba de ocurrir la idea, incluso, compartirlo con un neófito en la materia que nos abruma.
Está probado que cuando se comparte una idea que se resiste con mentes ajenas, incluso con quien no tiene la menor idea de lo que hacemos, existen opciones muy altas de que nos proporcione una solución inesperada y útil. Es lo que hacía el físico Richard Feynman en sus clases de la universidad.
Entre tantas recomendaciones para ser creativos, se recomienda ponerse límites, ¿por qué?, porque nos incita a intentar romperlos; evitar ir por el camino más simple para resolver el problema que nos afecta, crear distancia psicológica (el problema es de otro, no es mío), pensar en algo absurdo porque obliga a la mente a racionalizar lo que ve, aprovechar los momentos intensos de ánimo creativo, hacer ejercicio, y (algo contrario a lo que se enseña en la mayoría de las escuelas) ser especulativo, que es preguntarse, ¿qué habría pasado si…?
No debe tomarse a la ligera. Hoy en día, algunas de las empresas más solventes del mundo, las llamadas startups o empresas de nueva creación, que han revolucionado el modelo actual de encarar los proyectos, y hasta nuestra vida cotidiana, eran ideas que se consideraron ridículas en su momento.
A modo de ejemplos:
(Facebook) Argumento en contra: Nadie necesita otra Myspace o Friendster.
(Amazon) Argumento en contra: vender libros en línea, cuando los usuarios no usan tarjetas de crédito en la web.
(IOS) Argumento en contra: Un nuevo sistema operativo sólo para Apple. ¡Ja!
(Google) Argumento en contra: ¿Otro buscador cuando la mayoría de los existentes han sido abandonados por perder dinero?
(Firefox) Argumento en contra: ¿Construir un mejor navegador web, cuando el 90% de los ordenadores del mundo vienen con uno gratis?
(Microsoft) Argumento en contra: ¿Pero qué rarito va a ser quién quiera tener un ordenador –microcomputer– en su casa?
Pero lo mejor, lo más importante de estas técnicas y nuevas formas de la práctica de la creatividad es que no sólo sirven para crear empresas y ganar dinero. Cualquier problema diario, la búsqueda de soluciones para afrontar obstáculos imprevistos como encarar al jefe o decidir una mudanza, pueden ser mejores cuando aceptamos que la creatividad se puede aprender.
Cuando afrontamos un problema con creatividad se nos ocurren muchas ideas. No todas las ideas serán buenas, pero cuantas más se nos ocurran, más opciones tenemos de encontrar una buena solución. Como dice el profesor Estanislao Bachrach, “Tener una idea es tener una revelación”. Lo triste sería no tener siquiera ideas.
Fuente: Quora