Recuerdo una película muy mala, La niebla, basada en una novelade Stephen King, donde un grupo de gente de un pueblo de Norteamérica queda atrapado en una tienda pequeña por una niebla que trae una especie de monstruos que crecen desmesuradamente en apenas minutos y que comen seres humanos.
No recuerdo por qué vi una película tan poco del estilo del cine que me gusta, con un ambiente del estilo del peor cine de terror de bichos que dan más asco que miedo. Pero el final de la película –ya que aguanté hasta él– es uno de los finales más reflexivos e intrigantes que he visto.
Si pretendes verla no sigas leyendo porque desvelaré el final en este texto.
Un grupo de estos ciudadanos logra escapar del encierro y se percatan que por más que avanzan dentro de un coche todo está cubierto de esa niebla asesina. La desesperanza los llena, el mundo se ha acabado y sólo quedan estos asesinos de muchos metros de alto que no mueren con nada y ellos no tienen más que un coche al que se le acaba la gasolina y un arma con apenas unas pocas balas que dan más pena que fuerzas. Suficientes para suicidarse y que siempre dejará vivo a uno de ellos que tendrá que buscar otra salida.
La decisión es el suicidio, y el último que quede vivo dejará que los monstruos lo devoren. El que porta el arma mata a todos, incluido a su hijo, y sale a enfrentarse a los monstruos que se escuchan cada vez más cerca entre la niebla.
El hombre abre los brazos y cierra los ojos hacia el ruido tras la niebla y aparece el ejército con un inmenso batallón de tanques de guerra que lanzan una mezcla de fuego que mata a los monstruos y disipa la niebla.
Si has llegado hasta aquí y pretendes ver la película, lo siento, pero te parecerá peor que a mí. Yo al menos salvo ese final: duro, triste, cruel e intenso, pero muy interesante.
La esperanza es lo último que se pierde, se suele decir, y aquí lo deja explícito King, incluso en la remota posibilidad del fin del mundo.
Muchas veces nos quejamos del mundo, creemos que todo es un caos y que a nuestro alrededor todo se derrumba, pero he ahí que existe esa posibilidad que tenemos los seres humanos de reponernos de nuestras derrotas, de asirnos a las cosas más circunstanciales o débiles pero que nos permite echar adelante una vez más aún cuando el mundo parece terminar.
Todos los optimistas tenemos nuestra forma de echar la vista delante cuando a nuestro alrededor el mundo se derrumba. Puedo jurar que he visto mi mundo derrumbarse muchas veces pero he dejado de preocuparme por ello y he logrado encontrar siempre la vía por la cual se disipa la niebla por donde aparece una solución que siempre elimina los monstruos de mi vida. Y me ha ayudado un poema, una simple serie de versos unidos de un griego que se llama Konstantinos Kavafis. Ojalá te ayude a ti también.
LA CIUDAD
por Konstantinos Kavafis
Dices «Iré a otra tierra, hacia otro mar
y una ciudad mejor con certeza hallaré.
Pues cada esfuerzo mío está aquí condenado,
y muere mi corazón
lo mismo que mis pensamientos en esta desolada languidez.
Donde vuelvo mis ojos sólo veo
las oscuras ruinas de mi vida
y los muchos años que aquí pasé o destruí».
No hallarás otra tierra ni otro mar.
La ciudad irá siempre en ti. Volverás
a las mismas calles. Y en los mismos suburbios llegará tu vejez;
en la misma casa encanecerás.
Pues la ciudad siempre es la misma. Otra no busques
-no hay-,
ni caminos ni barco para ti.
La vida que aquí perdiste
la has destruido en toda la tierra.