Oscar Wilde hizo decir a Lord Henry Wotton que “el único medio de desembarazarse de una tentación es ceder a ella”.
Se puede evitar caer en la tentación, alejarla, echarla como la peste de nuestro lado, pero de esta forma siempre queda la sensación de “lo que pudo haber sido”, la maldita circunstancia de echar la vista atrás creyendo que lo que dejamos en la esquina hace X años pudo ser la solución a nuestro presente. Y no siempre podemos quitarnos esa maldición.
Entonces sí, ceder es una de tantas formas de desembarazarse de nuestras tentaciones, o de no librarse jamás de ellas, de obligarte a vivir con ellas –como las malas drogas, ¿hay buenas? – por el resto de tus días o gran parte del resto de ella.
Y es inevitable cuando estás rodeado de espinas, muros, obstáculos. Cuando crees que el mundo se derrumba y nada te hace sentir como antes, como en los tiempos en que el mundo era la palma de tu mano.
Y es peor si aún crees que el mundo no es más grande, que las cosas están al alcance de un sueño, esos sueños que sí se cumplen por más que las sonrisas ladinas a tu alrededor te hagan dudar, pero no te frenan.
Entonces hay tentaciones que sí, que puedes ceder ante ellas, pero ojo… son tentaciones: no soluciones.
Y tienes que hacer oídos sordos a voces que te dibujan en el libro de su vida como el diablo, el mal, el peor de los alumnos de Lucifer que jamás haya pasado por su vida. Que no pierden nada si se alejan de ti por más que nunca se alejan, siempre están ahí trastocando nirvanas en infiernos, revolviendo excrementos en las cloacas.
Tienes que poner ceras en tu capacidad de escucha para prestar atención a otras voces que te dicen que no, que no existe tal averno, que lo del diablo es un mal recurso para una mala situación, que no recuerdan mejor momento que cuando estuvieron a tu lado, que las cosas que merecen la pena –¡y esto lo dicen pensando en ti!– nunca se olvidan y que el optimismo que desprendes se contagia hasta el punto de que cambias vidas que no se podían cambiar.
Y ahí estás, otra vez dejándote llevar por las tentaciones, mirando otra vez al pasado, dejándote vencer por ellas, porque a veces, por más que te resistas, es mejor hacer caso a Lord Henry. Sin olvidar, claro, que luego, el final de Dorian Gray fue lo opuesto a ello.