A raíz de la muerte de dos políticos españoles tan dispares como Manuel Fraga, primero y Santiago Carrillo después, tuve una conversación con un amigo sobre las virtudes de los políticos, y en especial en tiempos de transición hacia una democracia.
Nos resultaba interesante que, ya difuntos, si se utilizaran los argumentos de los partidarios y detractores los argumentos de fondo eran parecidos en general. Es obvio que sus vidas fueron diferentes, sus filiaciones políticas eran contrarias, comunista uno, de derechas el otro, pero en ambos casos los adeptos de uno y otro apelaban de forma sensata a la labor virtuosa que ejercieron cuando fue necesario por un bien mayor que sus ideologías.
Sea la matanza de Paracuellos o ser ministro de Franco, ambos personajes tuvieron claroscuros en su pasado, un pasado donde tomar partido por uno de los bandos en pugna era lo normal en aquella España enfrentada entre hermanos. Pero la sensatez es una cualidad de lo moral, y la moralidad no es inamovible.
La transición española, con todos sus defectos (hoy reconocidos hasta la saciedad por algunos) tuvo una virtud más importante que casi todas, y es que los actores políticos, aquellos que eran contrarios en su quehacer y su vida política, dejaron de lado algunas de sus principales diferencias para hacer lo más útil: ayudar el país al que pertenecían. Si alguno de ellos hubiera tenido la irresponsabilidad de inflamar los ánimos de sus bases, en lugar de contenerlas, probablemente el resultado de la transición hubiera sido otro, quizás peor.
Independientemente de nuestras inclinaciones personales, más allá de nuestras críticas hacia uno por ser del bando vencedor y otro por haber respondido ordenando violencias (en mi caso nunca podré admirar a un político que milite en el partido comunista, como mucho tolerarlo siempre que respete la democracia), es sensato que reconozcamos la labor de ambos para que España sea lo que es hoy. Y repito, con virtudes y defectos, pero con todo lo que pueda haber de críticas es una evidencia que, sin lo que estos hombres dejaron detrás, sin el silencio circunstancial (y hasta oportunista si se quiere) al que optaron durante la transición, sin la renuncia de cosas no esenciales, esta nación no habría vivido los mejores años de su historia. Y en esto, excepto algunos recalcitrantes antisistema, una gran mayoría estamos de acuerdo.
Sin embargo, en este análisis no pude dejar de recordar algo que ocurrió en aquella España del cambio y que alguna vez he dejado plasmado en el artículo: Cuba. Consideraciones sobre una transición pactada y es lo beneficioso que sería, para una Cuba que transite el mismo camino, la necesidad de políticos que, por un bien mayor, dejen a un lado sus diferencias (que son muchas y son insalvables) para hacer lo contrario a lo que dicen que hacen.
Aclaro y explico mejor. La Cuba del futuro necesitará, por ejemplo, la labor de un Adolfo Suárez caribeño que, mientras desmonte la dictadura desde dentro y con las leyes de la propia dictadura, ejerza un discurso de moderación casi conservador. No era, en el caso de Suárez, al parecer, sólo una acomodación política para ser más votado en las futuras elecciones, sino también la forma de intentar mantener calmados a conservadores y revolucionarios.
No deja de ser llamativo: lo que hoy sería un defecto político como es la indefinición, la doblez moral, la poca claridad en el discurso para estar a la vez en paz con tirios y troyanos; podría ser una virtud, además muy recomendable, para un político de transición.
Son pocos los ciudadanos actuales (yo entre ellos) de una democracia más o menos consolidada que aplaudan los bandazos y la poca claridad en el mensaje de un político y quizás, los mismos que no lo aceptamos, aplaudiríamos lo contrario si se trata de desmontar una dictadura y aplacar los ánimos de los contendientes políticos de esa transición.
Una muestra de lo curiosa y extraña que puede ser a veces la política.