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La sospecha de que me intentan vender gato por liebre, hace que me cueste mirar de forma acrítica las obras de arte. Casi siempre me adentro en una historia de ficción con desconfianza, con la idea de que el director-autor, me va colar una farsa que ya conozco o me la va a presentar bajo premisas tramposas.
Pero hay muy pocas veces en que ese espíritu crítico, basado en mi detector de mierda, se ve defraudado del todo, porque soy más bien comprensivo con los errores a la hora de escoger técnicas y métodos para contar una historia; y ya menos (rara, muy rara vez), puedo decir que la obra, ha sobrepasado mis expectativas y me ha sorprendido.
Con Rodrigo Cortés, esto último me pasa a menudo. Incluso cuando la historia que va a contar no me interesa a priori, este director español parece tocado por la mano de Dios o la varita mágica de la evolución, o lo que sea exista que crea y proteja a los artistas, para darle la vuelta y hacer una obra maestra.
Como creador de historias de ficción, yo mismo, me castiga que haga parecer tan sencillo algo que es extremadamente difícil; es decir contar bien una historia y, de paso, hacerte reflexionar con temas y asuntos que no deberían hacerme explotar las neuronas.
Uno lee la sinopsis de Love Gets a Room e intuye que va a asistir a una historia melosa o triste o las dos cosas a la vez, pero cuando ve el nombre del director, intuye que algo diferente va a pasar en la pantalla y sí, este filme encuentra su espacio para contar bien una historia con un tema que, en principio, se presta para caer en tópicos.
Los que no escriben, dirigen o hacen algún tipo de labor creativa orientada a contar historias, creen que para ello basta sentarse y decir: “había una vez un héroe (antihéroe) que se encontró (le presentaron) un problema, lo resolvió (pospuso) y triunfó (fracasó)”.
De acuerdo, que la base es esa, pero olvidan que cada arte de contar historias, tiene partes que la integran y que cada una de ellas debe cumplir un objetivo y que, para lograrlo, hay que escoger unas técnicas u otras, que ayudan a llegar a esa meta. En ese toma y daca creativo se pueden cometer múltiples errores, desde escoger técnicas equivocadas, que provocan una emoción diferente a la que se pretende, hasta dejarse deslumbrar por otro recurso técnico que no viene solicitado por el argumento que se propuso en la historia inicial. Y en esto, soy poco tolerante, aunque haya excepciones: las técnicas deben estar sometidas a la historia que se cuenta, no al revés. Y no es tan sencillo como parece.
O sí. Porque en Love Gets a Room Rodrigo Cortés lo hace parecer sencillo. Con una historia donde lo trascendente se mezcla con lo banal, donde lo importante se alía con lo intrascendente, porque ambos terminan por exteriorizar un argumento que borra la frontera que los separa.
Y esta paradoja no es la única que caracteriza esta obra maestra. El contraste es firme entre el terror y el sosiego, la alegría y la tristeza, la comedia y la tragedia, dejando un lienzo que describe un momento, una situación concreta de un lugar, un detalle, apenas, pero que desborda un conflicto universal. O incluso varios: ¿Es esencial el arte para sobrevivir cuando la vida está en peligro? ¿Es realmente tan importante el amor si estamos rodeados de odio? Si no hay otra opción, ¿merece la pena triunfar en el amor o en el arte? ¿Se puede triunfar en las dos?
Es inevitable. Rodrigo Cortés es un maestro en transitar entre lo superfluo y lo fundamental, agarrando lo mejor de las dos categorías y ensamblándolas en un mismo argumento que nunca defrauda, porque incluso, en aquellas películas que menos podrías encontrar una satisfacción argumental, tendrás una clase magistral de técnicas visuales.
A propósito de esto, no dejen de disfrutar una y otra vez el lujoso y loco plano secuencia inicial del filme. Lo he puesto una, dos, decenas de veces sólo para disfrutar del placer visual que ofrece.
Lo dicho, una obra maestra, como otras maravillas del mano del director español, como Red Lights o Buried. Para ver una y otra vez.