Me enteré de la única forma en que podía enterarme, un email de mi hermano: “Abuelo falleció el día 23 de noviembre acabamos de enterrarlo hace una hora”. Y no por esperado a sus casi 100 años deja de ser una sorpresa desagradable.
Me quedan sus recuerdos, que imagino deben ser los recuerdos de todos sus nietos: su figura sobre el taburete en el patio o sobre su mesa de torcedor de tabaco, su talento para cortar el pelo a toda nuestra familia, las soluciones que se inventaba para resarcir un juguete que se nos rompía, su silencio displicente y razonable. Lo cierto es que se nos fue y yo no estuve para tocar su cabeza blanca y poblada con un recuerdo por cada cana de sus 95 años.
Siento un vacío extraño, como si parte de mi vida haya sido dividida. Es, –imagino– además del dolor por la pérdida, una consecuencia del exilio. Una frontera, que supuestamente no debería existir, se ha abierto entre dos mundos que no están tan lejanos como deberían.
Hasta los 30 años mi vida fue una, después de los 30 ha sido otra. Se ha abierto un muro que por momentos me gustaría romper. Mi abuelo se fue sin conocer a sus bisnietos. Su bisnieto y su bisnieta tendrán sólo el recuerdo de mis historias y las fotos en blanco y negro de un pasado que se quedó en los surcos de tierra donde yo jugaba de niño.
Es algo inexplicable. ¿Cómo puedo hacer para que estos dos mundos tengan un reencuentro? ¿Cómo hacer para que no sienta que hay una frontera que divide mis dos mundos, mis dos vidas?
Una quedó detrás, la siento lejana pero regresa con estas noticias de amigos y familiares que enferman, mueren, se van de la tierra que nos vio nacer; la otra está aquí, es presente, llena de sueños hacia el futuro pero siempre condicionada por estos momentos, estos frenazos en seco, estos ramalazos que te devuelven a un pasado que no ha pasado del todo.
Lo cierto es que mi abuelo se fue y no pude decirle por última vez lo que admiraba su sentido común, su silencio razonable ante este nieto díscolo y poco seguidor de sus ideas comunistas.
Siempre admiraré su paciencia, su capacidad para defender unas ideas con las que murió sin hacer una pared contra mí, que era el joven que nunca aceptaría quedarse de brazos cruzados ante un mundo cambiante y diferente al que él había ayudado a construir.
Se fue como se merecía, con el homenaje de sus amigos, familiares y compañeros de partido. Con la admiración de muchos ante un combatiente por la revolución (yo le llamo de otro modo) que ayudó a construir, el mundo mejor por el que luchó y del que se ha ido sin poder ver llegar.
La misma admiración con la que lo veía cuando yo era un niño que creía en las enseñanzas de la “Vida política de mi patria”. Mi abuelo era el héroe, el pedazo de historia de la Cuba rebelde en mi propio patio, un fragmento de esa revolución que todos ayudábamos a construir y que traería la felicidad y la igualdad para todos.
Hoy lo sigo admirando, pero por mantener la familia por años, por ser querido por todos, partidarios y no partidarios, amigos y no tan amigos, por ser lo que no han podido ser la mayoría de sus compañeros de lucha y de partido, tolerante con los demás, abierto a respetar las ideas de los que no compartían su mundo, su lucha, sus ideas.
Y me queda esa sensación de vacío, de rompimiento de un mundo. Me queda esa marca en el pecho que deja el exilio de querer y no poder y que imagino me acompañará para siempre. ¡Descanse en paz, combatiente!
Hola Hector, lamento la pérdida de tu abuelito, un abrazo
¡Hola Hector!, ya sabes cual es mi sentimiento hacia todo lo ocurrido y te comprendo perfectamente.
Ésta es, por desgracia,la parte triste y vergonzosa de las dictaduras con el egoísmo de trasfondo y la pena que causa a la gente inocente.
Un beso