Meditar sobre las cosas tiene un lado práctico que no siempre se aprecia. En el máster de Lenguas Hispánicas, que no por codiciado deja de ser atractivo, me encontré en la tesitura de hacer varios trabajos escritos sobre diversos temas que van desde la vinculación texto e imagen hasta la crítica de un libro de investigación. Y mira por donde, estos temas, ya los había escrito antes de diferentes maneras y me sirvieron para ganar tiempo en el camino hacia el doctorado, que es lo que realmente persigo.
Un conocido se sorprende: de tanto que estudias y tanto que sabes, todo se te hace más fácil.
El comentario me hizo meditar, una vez más, sobre la sabiduría, en ese acto de tener ciertos conocimientos sobre determinados temas que admira a muchos. Conozco pocas personas que no admiren la sabiduría como un paso de avance, un salto en nuestra evolución como seres humanos.
Saber cosas, tener respuestas u opiniones razonadas sobre diversos temas deja a los que nos rodean con cierto gusto por repetir, siempre y cuando esa sabiduría sirva para algo más que responder a todo con cierta superioridad insufrible como Sheldon Cooper.
Cuando el saber se logra transmitir con humildad se deja a los demás con el placer de intentarlo de nuevo, con las ganas de ver las cosas de la vida desde una perspectiva que ellos antes no habían visto. Con la provocación hacia una curiosidad por conocer.
Aquí está la respuesta a la posesión de sabiduría. Sabiduría no es acumular datos sobre lo que existe, sino tener curiosidad por lo que no se conoce.
Tengo cientos de temas, hechos, situaciones sobre los que no sé nada. Primero porque el área de lo que existe es excesivamente amplio para pretender conocerlo todo; y segundo porque la motivación que me guía no es la acumulación de datos. Mi única y verdadera virtud es una curiosidad sin límites por saber más cuando algo rasca mi curiosidad.
Fue Sócrates, según nos asegura Platón, quien dijo la más que repetida frase de que no sabía nada. En realidad dijo:
La única cosa que sé es saber que nada sé; y esto cabalmente me distingue de los demás filósofos, que creen saberlo todo.
Por tanto, no era su sabiduría reconocerse sabio en tanto sabía que no lo era, sino en tanto lo que le quedaba por saber.
A esto me remití y siempre me remito cuando de la sabiduría se trata: No soy sabio (no puedo serlo en tanto es muy poco lo que sé y es mucho lo que me queda por conocer) sino un amante del saber (quien no se conforma con la visión aparente de las cosas e intenta conocer los nexos entre ellas).
Cada vez que debo hablar de sabiduría me remito a la famosa frase que leía cuando entraba a la biblioteca de la Universidad de La Habana: «No necesito saberlo todo, tan sólo necesito saber dónde encontrarlo.”
Esto, por supuesto, con cierto conocimiento previo de las herramientas dónde buscar, para que luego no citemos a Einstein como autor de una frase que nunca dijo.