Sorprende la superficialidad que rige la vida actual. Probablemente no sea mayor que en otras épocas. Hay frases que se han hecho famosas del hastío de un personaje célebre sobre el mundo que lo rodeaba, de las que quizás la más conocida es aquella de Byron sobre su odio a la humanidad y su amor a su perro.
Es exagerado decir que la humanidad es tan mala que debamos amar antes a nuestras mascotas. Si alguien ama a su mascota más que a la humanidad, prefiero que su amor lo comparta con quien sea, pero no conmigo. Quien así se refiere al mundo tiene un profundo problema de sociabilidad, de relacionarse adecuadamente con el mundo que le rodea.
Sin embargo, existen personas a las que cuesta mirarles a la cara sin sonreír por lo bajo o decirles directamente lo frívolos que son. Quienes que se interesaron por Michael Jackson cuando murió, pero jamás han sabido sobre su aporte a la música con sus primeras grabaciones en Motown, quienes pasarían noches de insomnio deslumbrándose por un intelectual extranjero prefabricado mientras reniegan entre bostezos de los que viven en su barrio y se alejan de los focos artificiosos, en resumidas cuentas, personas que se deslumbran por el oropel, por los brillitos que ciegan en el cuerpo, pero son incapaces de analizar un alma, siquiera de acercarse a ella.
Estamos de acuerdo que esta no es toda la humanidad, estamos de acuerdo que existen personas que son capaces de leer un libro, de admirar un monumento, querer una ciudad o disfrutar de un personaje por sus cualidades sin establecer comparaciones absurdas con otros monumentos, otra ciudad u otros personajes.
Sin embargo, no puedo dejar de sentirme triste ante la sensación de que por mucho que hemos avanzado, por mucho que el hombre ha descubierto que se debe antes que nada aprender sobre el mundo para luego opinar, que la informática, el libro, la radio, incluso la televisión, han universalizado el conocimiento, que tenemos el mejor de los mundos posibles con los obstáculos que ha habido para lograrlo; a pesar de todo esto, cada día se impone cierta mediocridad que persigue las pasarelas sin conocer a la historia del traje, adoran a Paris Hilton sin haber leído a Virginia Woolf, que levantan espadas por Harry Potter sin haber visto El cristal oscuro (The Dark Cristal) o persiguen el último móvil sin conocer al Leonardo Da Vinci ingeniero.
Es triste que el desarrollo no haya abierto horizontes más amplios para el interés del ser humano por el conocimiento. Miento, sí existen horizontes más amplios para el conocimiento. Quizás se debería decir de otra forma: es triste que el ser humano, a pesar del desarrollo que lo rodea, se preocupe por el destino de la lesión de Cristiano Ronaldo antes que por el descubrimiento de un nuevo planeta en el sistema solar o el último descubrimiento de como nuestro cerebro procesa la información mientras dormimos.
El mundo es así y hay que aceptarlo como es, plagado de personas superficiales que dicen que les gusta la lectura pero no tienen tiempo para ella, de personas que miden el carácter de un sistema totalitario por la sonrisa de sus atemorizados ciudadanos, que miden la valía de los demás por la cantidad de entradas que tienen en Internet o las veces que salen en la tele.
Sé que soy injusto, he conocido gentes bellas, capaces, llenas de sueños y de interés por el ser humano, y sé que existen todavía por ahí, en algún sitio del mundo, de mi ciudad o la tuya, de mi barrio o el tuyo, quizás de mi propia calle o de la tuya, personas que semejan diamantes por pulir. Lo importante es salir a encontrarlos porque su compañía nos alegra el alma y nos alejan de los seres superficiales que se deslumbran con el oropel, que entristecen nuestras vidas.