Parte de mí en otro cuerpo o La literatura como viaje astral

blank

por Carina Ruggiero y Hector García Quintana

blankEl buen desconcierto me ha asaltado en estos días. La sorpresa por una epifanía inesperada. He descubierto que puedo verme desde fuera. Puedo salirme de mi cuerpo y verme desde una perspectiva nueva que no sabía que existía. Yo, en otras personas, como viaje astral hacia otra parte.

En otro viaje astral mi mente (o mi alma) es robada por un ente que pasea por sitios que yo no visito físicamente, se sale de mis zapatos para verme, y ver a otros, desde fuera.

Esto es diferente. Soy yo, seguramente yo, la oveja verde del rebaño, que me veo en un giro lingüístico, una metáfora vislumbrada, un adjetivo transformado que me recuerda a mí, aunque no soy yo. Me veo en otros cuerpos que reflejan mis desasosiegos, aspiraciones y alegrías.

He encontrado mi propia voz desbrozando malezas en otros textos que no son míos, he sacado mis pensamientos en la voz de otros que retratan mi propio ser mientras retratan el suyo. Alguien que me lee como si fuera yo. Y resulta que lo que vengo leyendo refleja trocitos de mi propia historia, creencias, luchas, anhelos… como un espejito, donde me veo y me reconozco.

Me pregunto si no será que en algún momento no recordado, o ya olvidado, nos hemos cruzado en la página de un libro; en el trepidar de una idea; en la emoción final o inicial de un cuento. La memoria indica que, quizás, en una regresión conjeturada, compartimos un edificio.

Y pienso que quizás sí, que a lo mejor, sin tener sangre azul, eché cimientos en la base de un castillo, o el mismo edificio, aquél que se construye en este mundillo internético en base a comentarios encimados, provenientes de diversas partes del mundo donde confesé mi adhesión por lo más detestado.

¿No será que estoy buscándome desde el infinito? ¿No seré yo inventándome una imagen de mí que no existe? Pero existe. La veo en mi bandeja de entrada, en mi muro de Facebook, en mis sueños solitarios. Recordando, recordándonos: has hecho, de tus experiencias, una potencia inestimable de fortaleza y talento.

Por momentos creo alcanzar esa maestría, un talento que me salve, pero siento que estoy en mis pañales literarios, todavía en busca de un estilo propio y, aunque algunas veces siento que me aproximo a la meta, mi propia exigencia, me indica que no, que debo seguir trabajando.

Porque no hay talento posible en decir lo que se siente. Si existe algún talento es el de abordar temas comunes a la vida. La de todos. La vida, como trayecto espinado, donde cada cual, a su modo, se las arregla para cultivar sus rosas.

La literatura –esto de expresar con imágenes creadas por palabras– es apenas el final de una búsqueda, y el comienzo de otra. Se encuentra un camino, pero se debe empezar a recorrer sin saber qué eternidad nos espera. Quizás se anda con la esperanza de que al final exista algo de la felicidad que recordábamos cuando no pasábamos de los diez.

¿Podemos todos recorrer ese camino? No lo sé. Creo que para escribir, es necesario tener qué decir habiendo gozado de la felicidad de tocar el cielo con las manos, o padeciendo el desgarro del dolor en carne propia. Entonces se adquiere el don de expresarse desde el alma sin tapujos, a todo pulmón, a toda garra. Es un estigma.

Pero sé que muchos tenemos historias. Todos tenemos algo que sacar de adentro para que no nos emponzoñe, transformarlo de veneno a elixir que endulce otras vidas. Otras vidas que, como ladrones entran en mis textos (los nuestros) para robar pedacitos de alma.

Bueno, pensamos mi otra alma y yo, me encanta que me roben, cuando de frases se trata, porque indica que el ladrón, ha sido rozado por la varita mágica de la palabra, y entonces, la escritura deja de ser una actividad solitaria, para convertirse en lenguaje común.

Porque mis historias, como la tuya, (…la de él, la de ella…) otorgan, como el hermoso corto El circo de las mariposas, la oportunidad de dejarse caer, o transformarse en alguien o algo maravilloso. Depende de cada uno. Uno siempre elige que hacer, con sus experiencias. Devenir en la escritura, entonces, no sería casualidad, sino causalidad.

Porque, a fin de cuentas, «¿de qué serviría el paso por la vida si uno no desarrolla siquiera un poquito los músculos del espíritu, si uno no aprende a ensanchar el alma?».

¡Ahí va, quién dijo que no existían los viajes astrales! La literatura puede…

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *