La pregunta parece un poco estúpida, pero no lo es. Una tarde, hace más de 20 años, salía de la Facultad de Idiomas de la Universidad de la Habana, y esperé un autobús que me llevara a casa. Un hombre se me acercó y, en un español de acento cercano al inglés del Caribe, me preguntó que autobús debía coger para ir a algún sitio que ya no recuerdo. Yo era joven, atrevido y bastante sinvergüenza:
–Do you prefer to talk in English?
Por supuesto, dijo que sí mientras dibujaba una sonrisa de esas que llaman de oreja a oreja. En una parada de autobuses cubanos se puede contar la biografía de una vida, así que tuvimos tiempo para contarnos no pocos detalles que no estaban previstos en la conversación. En un momento el hombre me dijo (en inglés, claro):
–Es sorprendente que no tengas acento español. Hablas el inglés como lo haría un norteamericano.
Entonces no le di mucha importancia porque creía que era lo lógico. Si estaba aprendiendo inglés americano en la Universidad, ¿qué otro acento iba a tener? Pero con el tiempo he comprendido que su comentario tenía cierto reconocimiento hacia lo que yo había aprendido de su lengua, porque varias personas me han hecho el mismo comentario a lo largo de mi vida cuando he hablado con ellos en la lengua de Shakespeare y Hemingway.
La anécdota me sirvió luego como acicate para mejorar, como un punto de partida para no abandonar esta casi obsesión de encontrar, en otras lenguas, equivalentes de las palabras y frases que conozco más o menos bien en mi idioma.
Tengo la sensación de escribir sobre algo necio. Todo conocimiento es, de alguna manera, poder; algo cuya utilidad en algún momento será obvia. Por eso no alcanzo a comprender que alguien se niegue cualquier tipo de saber.
La frase mentecata de que los que deben aprender mi idioma son los otros y no yo el de ellos nos coloca en una dimensión casi absurda; si todos tomaran esta posición el mundo sería un caos. Bueno, de acuerdo, un poco más que ahora.
Los beneficios universales, es decir, para toda la humanidad, de que todos fuéramos capaces de saber otra(s) lengua(s) no los voy a mencionar. Además de los evidentes de la comunicación y de retrasar enfermedades como el Alzheimer, piensa un poco y encontrarás razones por ti mismo, pero sí quiero hablar de mi experiencia, de lo que he aprendido en este camino de cambiar mi mundo de las palabras natales por otras que parecen ruido.
Para empezar logras una mejor atención y concentración. La primera vez que escuchas un idioma diferente, parece un sonido ininteligible. ¿Cómo puede alguien comunicarse con esas eufonías imposibles? Mi experiencia me ha enseñado que cuando conoces las bases –saludos, partes del cuerpo, números, días de la semana, meses, etc– tu concentración mejora. El sonido que tienen las nuevas palabras es ajeno, pero la necesidad obliga a hacerlo propio. La forma de la boca, la manera en que se mueven los labios del interlocutor, incluso sus gestos faciales, obligan a fijarse en los detalles que antes eran desconocidos.
Otro beneficio indiscutible es el de revisitar tu propio idioma; y si conoces previamente no uno, sino dos, la revisita es doble, porque te obliga a la vez a explorar el segundo. La increíble similitud –o diferencia en otros casos– de algunas palabras, nos lleva a un rastreo de las raíces lingüísticas de todos los idiomas que conocemos, lo que a la larga enriquece nuestro vocabulario general, en nuestro idioma, y en cualquier otro que nos atrevamos a aprender.
Y aún más allá de la salud y todo tipo de beneficio material, la capacidad y el deseo de saber otras lenguas me han abierto las puertas para conocer excelentes personas. He logrado sumar amigos maravillosos que no pueden comunicarse en mi lengua natal ni yo en el suyo. Gente extraordinaria que me han enseñado diferencias y detalles que alguien que hable mi idioma de origen, sería incapaz de mostrarme, incluso aunque lo conociera; porque hay matices dentro de cada idioma que no se pueden explicar cuando se convierte a otro. Existen sustantivos y adjetivos cuya traducción les hace perder algunos de los significados primeros, palabras que obligarían a un buen traductor a usar dos palabras para decir lo mismo que se dijo en el original en una sola.
Aprender estas diferencias y matices entre idiomas, comprenderlas y asimilarlas nos obliga a practicar la tolerancia. Cuanto más aprendemos de un idioma, más incapaces nos sentimos de dar una respuesta definitiva sobre cualquier tema, porque comprendemos la inmensa diversidad de la palabra y del universo en que vivimos. Yo lo puedo atestiguar.