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Cuando me presento por vez primera frente a un grupo de estudiantes entre las cuestiones que suelo aclarar es que soy antes novelista que profesor universitario, un camino que suele ser a la inversa de la mayoría de los catedráticos que terminan escribiendo tras años de experiencia académica.
Y esto tiene su importancia porque cuando analizo un texto de ficción, pesa antes mi visión como escritor que mis análisis teóricos sobre la literatura. Y no es un asunto menor.
En mi experiencia basculando entre ser autor de ficción y profesor universitario uno de los problemas más comunes que suelo encontrarme tiene que ver con el abismo que suele separar a la llamada Teoría literaria con otra enseñanza más destinada a la enseñanza práctica de los métodos para escribir ficción que, a falta de un nombre más concreto, se le suele llamar Escritura creativa. Confieso, no me gusta ese apelativo, porque me resulta reiterativo y poco fiable, pero se ha generalizado y todos lo entienden, así que nos sometemos a él.
¿De qué hablamos cuando nos referimos a Teoría literaria y de Escritura creativa? Empiezo por lo evidente. Cuando hablamos de literatura y su estudio nos enfrentamos a uno de los grandes dilemas para todo tipo de aprendizaje general y que pretende ser científico sobre cualquier materia, y es la creación razonable de un marco de estudio, de una práctica que permita llegar a un criterio valorativo lo más cercano posible a la verdad.
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