Se dice que amar es duro, pero no debería serlo. Si queremos ser felices, si queremos estar bien y permitir que el otro lo sea, no debería ser difícil si la otra persona quiere lo mismo. O eso creo. La reflexión llega a través de varios comentarios en un debate.
Es la radio una de mis pasiones redescubiertas en España. Puedo estar horas, incluso en la calle con auriculares, escuchando y reflexionando con debates y tertulias sobre la actualidad. Un programa sobre el amor y otro sobre el desamor en Onda Cero atrapan mi atención.
Es increíble cómo los seres humanos podemos perder la razón por historias innecesarias, cómo nos aferramos a personas o situaciones imposibles cuando amamos. Una escritora invitada al programa sobre el desamor, Lucía Etxebarría, autora de Ya no sufro por amor, confiesa públicamente haber tenido pensamientos suicidas y sólo haberse deshecho de ellos con un terapeuta. No me sorprende.
A veces la razón pierde la batalla frente a una historia de amor imposible, o posible sólo a ratos. Nunca se dirá que amar es fácil, duele muchas veces, tiene aguijones que dejan sinsabores, tiene momentos que deseas olvidar que te hacen decir que no volverás a amar, que ya estás curado para volver a vivirlo, que ya no deseas amar. ¡Mentiras!
Volverás a amar tengas la edad que tengas, volverás a sentir la picazón inexplicable cuando encuentras lo que buscas o quizás no buscas, pero llega sin esperar y que no es siempre lo mismo, volverás a sentir los miles de aguijones, culparás al otro, te sentirás de nuevo como el adolescente que no piensa, que se desmoraliza voluntariamente por el otro, que canibaliza y se deja canibalizar por el otro.
Nunca ha sido fácil, duele sobre todo cuando sigues amando a pesar de las circunstancias, cuando sigues queriendo mantener una historia que hace mucho dejó los créditos del final para dejar un fondo negro.
Nadie dijo que fuera fácil. Nadie dijo que el dolor se apoderara también cuando debes alejarte de algunos a los que quieres pero te hacen daño. Y es que los momentos de felicidad, por muy intensos que sean, por mucho que los añores, no deben impedir que veamos los cientos de momentos duros que se viven cuando es el desamor quien reina.
Todos los que están fuera de tu batalla contra el desamor lo ven sencillo. Todos te recomiendan lo que tú ya sabes y que quieres hacer, pero siempre terminas por dejar que los pequeños momentos sustituyan a los grandes, te permites justificar todo el sufrimiento por aquellos pequeños momentos de felicidad que casi nunca desagravian los miles de momentos desagradables.
Debemos tener claro algo, y hacerlo en la medida en que nos podamos mirar desde fuera, hacernos la autocrítica necesaria que Antoine de Saint-Exupéry nos recomendaba a través de su pequeño aspirante al trono que ya es rey en muchas vidas:
Nuestro objetivo es ser felices, nuestra meta es hacer algo para lo que estamos destinados o que nos inventamos para hacer una vida miserable en algo más divino y razonable, y en el camino debemos divertirnos, debemos al menos sentirnos a gusto con nuestras decisiones, con los caminos emprendidos en medio de nuestra maldita impresión de estar rodeados de mierda por todas partes. Nada ni nadie debe impedirnos esa felicidad.
Por muy creativo que sea, por mucho que los poetas románticos lo ensalcen, por más que haya dado obras maestras como La Novena sinfonía (La Coral), En busca del tiempo perdido o Cumbres borrascosas, el sufrimiento debe ser desterrado de nuestras vidas. Lo que no debemos nunca desterrar es el amor. Ese no es sufrimiento por más que lo digan los románticos. Matemos al sufrimiento, no al amor.