Ni lágrimas ni lamentos por La Habana

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blankUn artículo (La Habana no merece una lágrima) de Esteban Casañas Lostal anda revolucionando a muchos cubanos en la red. No es para menos; el autor dice algunas lindezas sobre los caribeños que han tocado fibras sensibles de muchos de ellos esparcidos por el mundo.

El autor hace referencia a un artículo previo que intenta conmover por la destrucción que sufre La Habana, pero se niega a llorar por ello. Siente rabia, enojo, desprecio por la pobreza de las calles, la destrucción inevitable de la ciudad, llama a una especie de rebelión imposible de los cubanos comparando el silencio desgarrador de la destrucción de La Habana con las manifestaciones en Irán o Venezuela, manda a la ciudad al carajo, que es la manera más directa de expresar que le importa una mierda, aunque asegura que le resulta indiferente. He aquí una muestra de su enfado:

“Enciendo el televisor y veo al pueblo iraní, pasan vistas de la Plaza Tiananmen, los muchachos de Caracas andan ocupados en sus protestas, los palestinos se inmolan ante los israelíes, los israelíes se enfrentan ante los extremistas musulmanes, los birmanos luchan contra una dictadura militar, ¿y los cubanos? Bien, llorando un poco y escribiendo cartas de protesta desde las sombras de sus casas. Hace falta que se derrumben esos techos para que esas cartas se escriban desde la calle y sean capaces de arrastrar al pueblo. Mientras tanto, yo no lloro por nadie que no sean nuestros presos y todos los muertos que descansan insepultos en el Estrecho. ¡Al carajo La Habana, yo vivo en Montreal!”.

Como era de imaginar le han caído cubanos de todos lados en desbandada, como cuervos sobre un cadáver o tiñosas sobre un muerto. Y yo quiero romper una lanza a favor de este cubano. Sé que pide un imposible, sé que no es la voz que predomina entre los cubanos, que piden diálogo con un sordo que mete trompadas, reconozco que su deseo de que haya un Tiannamen, un Caracas o un Teherán levantado en huelgas en La Habana es pedir yucas al naranjo, algas al desierto o diálogo a Fidel Castro y su hermano gobernante.

Los cubanos tienen miedo, nadie puede discutirlo, pero también tienen indolencia, pasotismo, indiferencia por sus problemas. Nos alaban porque siempre reímos, que nos tomamos a guasa los obstáculos, pero igual habría que reconocer que ese choteo del que nos vanagloriamos es un freno para nuestra libertad.

No pediré nunca a ningún amigo o familiar cubano que levante su voz como lo hice yo cuando pude y me dejaron, más bien le insto a que si un día debe renegar de mí para sobrevivir, no dude ni un segundo en hacerlo. Lo sé, hago mal. Para un amante de la libertad como lo soy es un absurdo luchar por ella y pedir a otros que callen en lugar de exigirla, pero, ¿cómo puedo pedirle a mi hermano, a mi amigo, a mi primo que se señalen, que apunten la boca del revólver en su estómago, que pongan sobre sí mismos la envidia y la mala conciencia de los que le rodean? No, lo siento, no puedo hacerlo.

Evidentemente no es lo que yo haría, que ya tuve mis problemas por ser raro, diferente: es decir, disidente, contestatario. Los que me conocen desde Cuba saben que no soporto el ahogo de la falta de libertad, ni las miradas de los demás por votar en contra cuando todos asienten, ni la reprobación por invocar derechos humanos o leyes internacionales que amparen a los cubanos que no tienen ley que los respalde. Pero no pienso pedir a los que allí se quedaron que hagan lo mismo por muy mal que sé que hago y hacen. Sus vidas y las consecuencias de sus actos son de ellos y me jode verlos ser de la Unión de Jóvenes Comunistas por miedo a desentonar, mimetizarse en una manifestación en la que no creen, votar en el paripé electoral de los hermanos Castro; pero están allí, malviven con un trabajo que pueden perder si no encajan y hacen mil malabares legales e ilegales para llevar comida a la cazuela.

Desde Madrid, Londres o Miami puedo pedirles responsabilidad, compromiso, actos de lucha civil, pero las consecuencias de sus actos no me tocarán en mi exilio donde critico al Rey de España o al presidente del gobierno y nadie derriba mi puerta en la madrugada por ello.

Pero aún así quiero defender a este cubano, este Esteban Casañas porque es verdad lo que dice, como él no pienso derramar una lágrima por La Habana, que tiene lo que se merece. Cuando me atreví a levantar la voz en Cuba contra alguna injusticia los que me rodeaban me miraban levantando los hombros y con cierta indiferencia como si supieran el final de mi rebeldía, pero jamás tuve a casi nadie a mi lado denunciando injusticias o simplemente apoyando mi derecho a denunciarlas. La Habana se destruye porque así lo decidieron los cubanos hace 50 años, y en el futuro seguirá destruyéndose porque así lo siguen decidiendo con su miedo y, sobre todo, con su indiferencia y apatía. Cada cual que haga lo que quiera, pero yo, como Esteban, seguiré luchando por la libertad, denunciando las injusticias que viven los cubanos, pero no pienso lamentarme ni llorar por cómo han decidido vivir. Si han aguantado a un Castro durante 50 años y permiten que otro los gobierne por Dios sabe cuántos años más, es problema de los que allí callan, otorgan y miran con indiferencia. Que en su salsa se lo coman.

Un comentario sobre “Ni lágrimas ni lamentos por La Habana

  1. Estimado Héctor.-

    He llegado accidentalmente a su blog y me encuentro con su artículo donde hace referencia a "La Habana no merece una lágrima". No puedo ocultarle que me sorprendió y gustó a la vez. Muchas gracias.
    Esteban Casañas Lostal

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