Es sorprendente el interés que prestan muchos españoles sobre Cuba. Los cubanos se ven siempre en la tesitura de responder o comentar sobre la salud de Castro, las últimas medidas que se dictan en la isla, la situación de las familias y experiencias en la isla.
La duda que más preocupa a los no cubanos y que siempre sale en cualquier conversación es el porqué Castro duró –y sigue durando– tanto en el gobierno de la isla. Es justo reconocer que la pregunta tiene difícil respuesta.
En Cuba existe una mezcla entre la represión, el miedo, la apatía, la indolencia, la ignorancia y varios etcéteras que hacen un todo aunque no se explican por sí solos.
Indudablemente existen formas de represión directas en la isla, lo dicen las cifras de presos políticos no reconocidos por el gobierno de la isla. Sin embargo las que más funcionan son las formas encubiertas, esas que dañan la dignidad de la persona, pero no se pueden demostrar.
Si se lee la constitución cubana actual nos quedaríamos perplejos de la increíble cantidad de resquicios legales que aparentan ofrecerle libertad a un cubano para criticar las decisiones y acciones del gobierno. Incluso podría encontrar argumentos para promover iniciativas de consulta popular como el Proyecto Varela y argumentos de defensa de su libertad frente al propio estado.
La realidad demuestra sin embargo que cada resquicio que tiene la ley y la constitución cubanas para la defensa de los derechos individuales tiene un decreto ley perdido en las marañas de la legalidad cubana o un argumento irracional de facto, que impide la verdadera ejecución de aquellas.
La crítica, de esta forma, no está prohibida del todo en los estamentos cubanos. Si alguien pide la palabra en un foro estatal y hace una crítica sobre el funcionamiento de una parte del sistema puede ser recibido bien o mal en función de la forma en que la afronte. Si utiliza el argumento de que quiere mejorar el socialismo y la revolución, puede que su crítica sea incluso premiada, pero si tiene la mala suerte de que la vean como un ataque directo al sistema, sus días en el propio estamento están contados.
Una forma popular de reconocer esta forma de permitir la crítica en Cuba dice que puedes jugar con la cadena todo lo que quieras, pero no te atrevas con el mono porque muerde. Aquí el mono está referido a los propios hermanos Castro y cualquier elemento del sistema al que desde el gobierno se considere que las críticas les pueda hacer perder el poder.
Esa es la triste realidad de la isla. La diferencia entre ser libre y sentirse libres.
Los periodistas cubanos, los escritores, los comentaristas de la realidad saben que existe una línea, no siempre visible, que no deben cruzar. Existe una frontera, cambiante e impredecible, que diferencia la disconformidad del ataque. Dicha frontera está creada por el mismo que la vigila: el gobierno.
Con esa premisa, creada desde la cuna por el gobierno, es imposible que haya discrepantes verdaderos. Un periodista, un juez, un abogado o un simple ciudadano preocupado por sus derechos, sabe que en la isla existe algún margen para defender ciertos espacios de libertad. Si no fuese así, no podrían existir organizaciones disidentes, revistas no estatales, o bibliotecas independientes.
El gran problema son los márgenes trazados para efectuar esa libertad que el gobierno ha dejado en una difusa maraña de posibles imposibles y que impiden el sentirse verdaderamente libres.
Un escritor que termina una novela sabe que una de las revisiones obligatorias que debe hacer a su obra es pensando en las consecuencias del impacto que tendrá su obra en los organismos de poder.
Si dicha novela lograse pasar el filtro político del editor puede tener (¡oh, milagro o casualidad!) un detractor en la imprenta donde espera para salir a la luz.
No es casualidad. Existen suficientes trabas para evitar que aquello que pueda hacer prevalecer los derechos individuales, sea reprimido, directa o subrepticiamente, por el estado o alguien colocado por él en los diferentes niveles de control.
Existe indudablemente la represión directa y negarlo sería de ignorantes. Pero la ignorancia es por desgracia también patrimonio del cubano en términos generales, que cree saber mucho sobre todo el mundo leyendo el periódico Granma y viendo el Noticiero Nacional de la Televisión, pero desconoce los mínimos resquicios en los cuales ejercer las pocas libertades que tiene la ley en la isla.
Y de la misma forma la autocensura ejerce una presión imposible de soportar. La sensación de que en la esquina de nuestro cuarto, hay una alarma orwelliana dispuesta a sonar cuando nos pasamos en el texto o en las frases que usemos para criticar al gobierno o al sistema en general.
Periodista, escritor, comentarista, locutor, narrador oral, médico, carpintero o funcionario, pueblo en general; en Cuba todos saben que no se puede jugar con el mono, unos pocos saben que pueden jugar peligrosamente con la cadena, y otros se atreven con el mono y la cadena poniendo en peligro su vida. La diferencia entre unos y otros para ejercer esa crítica es precisamente la que existe entre ser libres y sentirse libres. Casi nada.