A veces la vida te encaja en la piel las mismas vivencias por más que intentes negarlas. A veces se excede con algunos y los coloca en una posición incómoda e imprecisa para el resto del mundo, ajena a ideologías y beneficios de parte.
A veces obliga a una mirada limpia, sin vicios, apenas con el deseo de ser la misma voz que observa todo con curiosidad y ganas de encontrar la verdad, ajena al ser atrabiliario, sin cambios bruscos de argumentos, tratando de ver el plomo que se esconde entre las judías, que unos no ven y otros prefieren esquivar.
Esquivar la verdad con manifestaciones pulcras es plausible en un mundo arbitrario y argumentar todo con el mismo prisma es lo mejor, porque es más cómodo, porque atrae más miradas y llena más bolsillos, porque el ejercicio de la verdad sin prejuicios no hace más feliz al que la enarbola, porque crea enemigos en todas las geografías, en todos los fundamentos.
Ser uno mismo en un mundo donde se intenta la uniformidad es complejo, en especial cuando la uniformidad está tanto en el trono como en las picas que quieren derribarlo. Y más que nada resulta estupendo sumarse a la ola, dejarse arrastrar por pensamientos de tendencia mitinera, que enfrenten, que sucumban alucinados a la masa que impone dulces pensamientos rosados contra la realidad del verde campo.
Y no dejo de recordar a aquellos filósofos de Abbey Road:
“Let me take you down, ‘cause I’m going to strawberry fields. Nothing is real and nothing to get hungabout. Strawberry fields forever. Living is easy with eyes closed, misunderstanding all you see.”
Lo que en mi propia filosofía viene a decir:
“Deja que te lleve a campos de fresa (rosados) donde no existen la realidad ni las preocupaciones. Vivir es fácil si cierras los ojos malinterpretando lo que ves.”
No evito los campos rosados, porque aún tengo palpitaciones en la leyenda, todavía salto entre campos de rosas y malas hierbas, y unicornios azules, y sombras amarillas en el mar, y luciérnagas de día en el jardín, y ángeles en el cielo…
Desde el rosa puedo sentir las heridas de la realidad, los zarpazos, las marcas que nos clava en la piel; desde el rosa puedo imaginar, volar, mirar al mundo con cierto desaire y hasta desprecio. Pero no miro todo desde el rosa. Porque el mundo no se divide de forma arbitraria en rosa y verde; es uno, rosa y verde, completo, perfecto y arbitrario, transcendental y frívolo, cruel y justo, independiente y parte de mí, con sus defectos a montones, e infinitas virtudes, pero es el que es, guste o no guste.
Tratar de cambiarlo es algo que se hace entre verde y rosa, más desde el verde, pero sin esquivar el rosa; y jamás desde uno de los dos. Y si levito a veces en un mundo irreal, de cuando en cuando me salgo al verde del campo, al color de la realidad, y me ensucio los pies del barro entre las hierbas, y miro con agrado o incomodidad la vida como es, y no como quiero que sea.
Para cambiar este mundo debo bajarme de la nube, salirme de la burbuja, ponerme botas de gordas suelas y usar una azada potente y un sombrero de ala ancha, y sobre todo, en especial, respetar la valla del vecino, porque si la rompo le doy permiso para derribar la mía.
Porque no puedo confundir compromiso con blandir picas contra otros, no puedo aceptar que desde un mundo irreal se intente subvertir la realidad, porque cuando se hace, se pierden los dos mundos.
No, mejor no te llevo a los campos rosados, mejor no te llevo allí donde es fácil vivir con los ojos cerrados. Porque estar allí es decisión personal, pero luego es difícil salir y ensuciarse la ropa con el polvo del camino, luego será norma querer vivir siempre en un paraíso de espaldas al infierno que es a veces la vida.
Vivir con los ojos cerrados es fácil, es cómodo, pero no es lo aconsejable porque lo peor que podemos hacer es malinterpretar lo que nuestros ojos ven, en especial si es por ceguera voluntaria.