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En El Hombre Mediocre, Ingenieros dijo:
El contagio mental flota en la atmósfera y acosa por todas partes; nunca se ha visto un tonto originalizado por contigüidad y es frecuente que un ingenio se amodorre entre pazguatos. Es más contagiosa la mediocridad que el talento.
Los rutinarios razonan con la lógica de los demás. Disciplinados por el deseo ajeno, encalónanse en su casillero social y se catalogan como reclutas en las en las filas de un regimiento.[1]
Que pase desapercibido el hecho de que una canción sea mala, con una letra olvidable y un ritmo sintetizado propio de los peores hits de la experimentación ochentera, en medio de la vorágine del enfrentamiento mediático de dos empresarios, que tuvieron la mala fortuna de ser marido y mujer, nos da la idea del mundo anodino en que vivimos. Porque la mediocridad es uno de los “méritos” más celebrados hoy en día.
Y no pasa nada porque la mediocridad venda, siempre que exista espacio para el talento. Como editor y autor reconozco que, muchas veces, un libro mediocre, pero vendible, permite luego colocar en una estantería una obra maestra que no pasaría el pacotilleo que triunfa en la sociedad actual; sociedad insustancial donde al mal gusto se le defiende, además de con los tradicionales pretextos, también con los nuevos de la sociedad moderna.
Al parecer, según algunas justificaciones que se leen, ahora ser feminista y empoderada es también entrar a la cultura del enfrentamiento y el zasca de la trivial sociedad del espectáculo. Ensalzar el mal gusto está de moda hasta el punto de convertir en himno una bazofia discotequera, porque es más importante el mensaje que aporta que la banalidad que conlleva; y como consecuencia, a los críticos de dicha banalidad, se les acusa de neoconservadores y de estar en contra del progreso.
Vamos a seguir la lógica de estos «pensadores». Si opinas sobre la deficiente estructura o la pésima caracterización de personajes de una mala película protagonizada en su mayoría por actores de raza negra, ¿eres? ¡racista!; si apuntas la diana a un mal político de ideología izquierdista que pretende aplastar a la oposición, ¿eres? ¡Trumpista!; si dedicas un tiempo a reprochar las notas facilonas, la letra zafia y los reproches frívolos de una mala canción que canta una mujer, ¿eres? ¡machista, patriarcal y retrógrado!
Así pica y se extiende la degradación del disidente que presta atención al déficit de talento, venga de donde venga ese vacío. Deberíamos tomar nota si ahora, como han hecho (y aún hacen) los totalitarismos, el mal gusto puede ser argumentado para defender credos de moda, esta vez la ideología de género.
No olvidemos que el mal gusto consiste, además, en confundir lo barato y simple que está de moda con lo reflexivo y profundo que podría perdurar. Ahora se ensalza con entusiasmo lo breve y superficial de las televisiones y los medios (sobre todo audiovisuales) de Internet, donde se vive de la inmediatez y donde no existe afán de perdurabilidad, siempre que tenga un mensaje coral y colectivista que todos debemos seguir sin cuestionamientos, mensaje destinado a un público que es incapaz de concentrarse en un formato lingüístico largo y que tenga argumentos, o en la hermosura más perenne. Hoy vende la cochambre urgente con mensaje de moda, y si es con enfrentamiento público entre dos (a lo que algunos llaman con entusiasmo «tiradera»), mejor. Lo otro, la belleza reflexiva que pide eternidad sin «tiraderas», ¡qué le den!
Y no nos equivoquemos. No pasa nada porque alguien venda su desencanto con su pareja, con su familia política, con su mascota o con el mundo, si lo hace con ingenio y talento. Acusar de amoral al artista que usa su vida privada para hacer arte, es como pedirle al tendero que pare de vender helado cuando hace 40 grados.
De la vida privada de los artistas han salido obras maestras. Desde Safo o Marguerite Yourcenar, pasando por Kafka o Mario Vargas Llosa hasta Melody Gardot, Rocío Jurado o Eric Clapton, en todos nos encontramos novelas, relatos, misivas, poemas, canciones que van desde una simple ruptura, la pérdida de un hijo o la exposición de todo un régimen tiránico.
En el ámbito que mejor conozco, la literatura, escribir lo que te duele es, de alguna forma exorcizar un peligro. Si algo te hace daño, hasta el punto de que puede poner en peligro tu existencia o tu salud, lo mejor es que lo expulses, y la literatura, como otras artes, sirven a un artista para expulsar esos demonios que a otros podrían llevar a la locura.
¿Por qué escandalizarnos si alguien usa la mejor materia prima que existe para la creatividad, es decir, su propia vida, para hacer arte? Porque mediocre es también no disfrutar de una obra talentosa, de la que se puede aprender y reflexionar, y hasta disfrutar, porque se basa en la vida privada de otros. ¿No es toda obra de arte una apropiación de argumentos de la vida?
No, el asunto importante, según se ve, no es moral, ni feminista, ni de razas, ni de empoderamiento, ni de «tiraderas», ni mil argumentos más. Con la misma fuerza se debe fustigar al mal gusto si lo hace el conejo malo o la motomami, la colombiana que el futbolista, un negro que un blanco, un hombre que una mujer. Si alguien defiende el mal gusto sólo porque viene de uno de los grupos, credos o ideologías que defiende, ¡allá cada uno con sus decisiones!
Los pocos que levantan la voz para decir que es mediocre lo que ahora muchos alaban, lo vienen diciendo de cualquier producto mediocre, venga de donde venga, no sólo de aquellos que no encajan con nuestra visión del mundo. El sesgo de ver una obra maestra en un producto malo, o lo contrario, no es nuevo, ya lo han apuntado los psicólogos en sus libros, de los cuales suelo citar a Antonio Marina y su magnífico, La inteligencia fracasada, donde hace una lista interesante de los obstáculos que impiden a personas inteligentes, hacer un uso efectivo de dicha inteligencia: prejuicios, supersticiones, dogmatismo y fanatismo.
Pero volvamos a lo esencial: cuando uses tu vida privada o la de otro, para hacer una obra arte, ¡cuando menos que sea, de verdad, una obra de arte! No un chunda-chunda con escasez de ingenio y cargada de improperios huecos y metáforas kitsch, que tanto hunden al objetivo de tu ira como a ti mismo. Es curioso ver que los músicos que pululan por la red defendiendo los valores musicales de la nueva canción son muy jóvenes, con referentes muy cercanos a los ritmos actuales del Reguetón, etc., pero que apenas se les escucha mencionar a clásicos de la música; o ya que estamos en el ámbito popular, ni a Led Zeppelin o Rocío Jurado; ya ni pedirles que sepan de Aristóteles o Kafka. Como dice el periodista y escritor Ignacio Varelasobre este nuevo tema que encandila a algunas feministas de nuevo cuño:
Me encontré un típico producto de estudio con mezclas de sonido bastante bien hechas técnicamente, para una canción rítmica bastante vulgar y con una letra en la que aparecen una catarata de reproches típica de las historias de despecho y de desamor. Te juro que si no hubiera estado sobre aviso sobre los pormenores del caso pues me habría parecido un producto comercial, normal y corriente de los que salen cientos cada año.[2]
Y, sin embargo, defendiendo la libertad del artista para hacer arte verdadero y no bazofia folclórica de su propia vida, quizás, desde el punto de vista psicológico, es más recomendable tras una ruptura, pasar a otra cosa, o como decía el filósofo popular Gustavo Cerati: “Poder decir adiós es crecer”. Si como dices, tan mierda es tu expareja, si tanto daño te hizo, ignóralo, triunfa en tu nueva vida, en tu profesión, en tu nueva familia, y los defectos que dices que tiene, lo harán cocinarse en su propio rencor hacia ti. En relaciones humanas lo que no se menciona se desvanece.
Pero si aún quieres quitarte el dolor con el arte, fabrica eso: arte. Haz una obra universal que dentro de cien años una persona como tú, en las mismas circunstancias de dolor, pero que no sepa ni tu nombre ni el de tu expareja, pueda sentir que le hablas al oído, que te diriges a ella y que puede encontrar consuelo en tu obra. No fabriques bazofia chunda-chunda y folclorista. Hacer arte de lo que te duele puede ser una forma de afianzar ese adiós, que dice Cerati, y de ayudar a crecer sin alimentar a esa bestia negra que nos consume a todos en la sociedad del espectáculo actual: la mediocridad.
Si existe un consuelo para los que intentamos hablar de la belleza y del arte en medio de la sociedad líquida en la que todos prefieren defender el zasca de moda, en lugar del talento, es el mismo que reconfortaba al poeta Odysséas Elýtis:
En la tristeza de la interminable mediocridad que nos ahoga por todos lados, me consuela que, en algún lugar, en alguna habitación pequeña, algunos obstinados luchan por eliminar el desgaste.[3]
[1] José Ingenieros. El Hombre Mediocre. La Habana Cuba: editorial no identificada; 1960. p. 44.
[2] OndaCero. «Ignacio Varela: “Shakira no ha hecho nada bueno ni malo, sencillamente quería quedarse a gusto” | Onda Cero Radio», enero 14, 2023. https://www.ondacero.es/programas/por-fin-no-es-lunes/podcast/sabios-de-por-fin/ignacio-varela-shakira-hecho-nada-bueno-malo-sencillamente-queria-quedarse-gusto_2023011463c288dc50aecb0001337349.html.
[3] Odysséas Elýtis. «Las pequeñas épsilon», El adivinador de hojas y otros poemas. Muestrario de poesía, República dominicana; 2009. Pg. 12.