Conducta. Atrapados en la marea

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conductaHace un tiempo, hablando de la película española Chico y Rita, dejé expresado mi natural rebote hacia el cine cubano. Es una mala frase para empezar a hablar bien de una buena película cubana, pero debía dejarlo evidenciado para enaltecer valores en algo que sí lo tiene.

Para hacernos una idea, Fresa y chocolate, me parece una película sobrevalorada, que más allá de la siempre magnífica Mirtha Ibarra (y algunos momentos memorables de Jorge Perugorría), las actuaciones son poco convincentes. Digo más, del cine cubano rescato tres o cuatro películas entre las que están Memorias del subdesarrollo, La muerte de un burócrata,alargando demasiado La bella del alhambra y quizás Vampiros en La Habana, que es, además, de dibujos animados. Puedo incluir alguna más, pero sería haciendo muecas de fastidio.

Dicho esto: quiero empezar por decir que Conducta,de Ernesto Daranas, es, de lejos, una de las películas cubanas más memorables. Visto mi criterio sobre el cine hecho en Cuba, sáquese la conclusión del impacto emocional que me ha causado.

El gran mérito de esta joyita que tanto da qué hablar es apuntar hacia uno de los problemas fundamentales que el gobierno cubano siempre ha ocultado: la mala calidad de la educación cubana; poner en perspectiva lo que pasa entre lo que se enseña en la escuela y la vida que luego vive el ciudadano de a pie.

Uno de los mitos que siempre acompaña a la educación cubana cuando hablo con ciudadanos occidentales es que el cubano (y la cubana, por extensión) tiene una educación de calidad. No sé de dónde ha salido; quizás tiene que ver la comparación con otras nacionalidades de Latinoamérica que apenas han podido tener acceso a la educación elemental o con el espíritu apenas maduro del cubano tradicional, que termina haciendo una disertación oral del sexo de los ángeles sin haber leído una línea de la Biblia.

Por desgracia, muchos occidentales han comprado el mito. Nunca reparan en que la educación, junto a la salud y el deporte –además de no ser de calidad si los comparamos con patrones reales de eficacia– son las grandes banderas necesarias de un gobierno para justificar la dictadura que imponen al cubano.

Conducta es la desmitificación de una de esas leyendas urbanas del socialismo cubano: la calidad de la educación. Con una factura amable, un guion delicado y reflexivo, y actuaciones donde hasta los niños trabajan mejor que los actores secundarios de otros filmes que se hacen en la isla, estamos hablando de una historia bien contada donde los personajes conviven como peones en un gran tablero donde no por casualidad, sólo existen el blanco y el negro.

Chala, un niño con problemas de disciplina, muy bien interpretado por Armando Valdés, debe avenirse entre una educación que prepara a los niños para una sociedad igualitaria e idealizada que, además, no existe y un ambiente de verdadera presión psicológica y social, con una madre soltera, enganchada al alcohol, las drogas y la prostitución. Chala debe debatirse como un adulto, “buscarse la vida”, como se suele decir en la calle cubana, para no ser vencido por las circunstancias.

Del otro lado tiene a Carmela, una de sus maestras en el colegio, que interpreta soberbiamente Alina Rodríguez, a quien la experiencia de muchos años no le permite rendirse ante ningún obstáculo dentro de su aula, y que lucha a brazo partido por defender derechos de sus alumnos, incluidos los de Chala por más que a cada paso parece buscarle problemas, en una sociedad que les impide el mismo derecho a sus ciudadanos.

El momento mágico y memorable del minuto 49 deja evidenciado el verdadero argumento del filme. (¡Atención Spoiler!):

La dirección del colegio llama a Carmela para analizar los problemas de disciplina de Chala. Carmela pide que se haga en su aula. Una maestra repara en el mural de colegio y pregunta: ¿Y esto? Mientras sostiene una especie de foto en sus manos. La mejor alumna del colegio había colocado en el mural de la escuela una estampita de la Virgen de la Caridad, patrona de Cuba. Pongámonos en situación; una imagen religiosa en un país comunista donde el mural está plagado de informaciones políticas y fotos de héroes de la patria. Carmela, pide que devuelvan la imagen a su sitio porque los alumnos tienen derecho a creer en lo que crean, ella no puede decidir qué se pone o no en el mural.

–Carmela, -le dice Raquel, la especialista del municipio-, usted sabe del respeto que se le tiene. Es que ya se van sumando varios problemas en su clase, entienda que no podamos permitírselo.

–Perdón, pero en mi aula ustedes no permiten nada. Yo llevo dando clases aquí antes de que tú nacieras.

–A lo mejor ha sido demasiado tiempo.

Carmela hace un mohín de fastidio y responde con un atrevimiento que asusta:

–No tanto como los que dirigen este país. ¿Te parece demasiado?

Uno de los logros fundamentales de esta película, y que quizás pase desapercibido para los no cubanos que la vean, es que el enfrentamiento al que asistimos, el conflicto que se visualiza es apenas una mínima referencia de un conflicto mayor: la falta de libertad del cubano. Las partes enfrentadas en la historia no son enemigas, son apenas dos bandos al que una coacción superior obliga al desafío cuando no deberían existir motivos para ello.

Raquel, la que se presenta como especialista municipal para casos de indisciplina, y que por momentos recuerda al perenne y temido miembro que el partido comunista asigna en todas las esferas de la vida cubana, puede parecer al principio de la película, una intransigente sin clemencia. Su presencia, también muy solvente bajo la interpretación de Silvia Águila, remite al enemigo, la parte negativa del conflicto, aquel que queremos que desaparezca para lograr llegar al final feliz de la historia. Pero más adelante, en un momento interesante de la película que no debería pasar desapercibido, Raquel visita a Carmela fuera de la escuela para tratar el conflicto creado en el aula. Raquel aparece conciliadora, pero a la vez intenta explicar que su trabajo depende de la decisión que tome respecto a este trance:

–“¿…con la estampita? –dice Raquel en ese momento–, las dos sabemos que esa no nos la van a dejar pasar.”

– “Raquel, –responde Carmela también conciliadora– las dos sabemos que aquí cada una tiene que hacer el trabajo que le toca.

¿Quién no va a dejar pasar lo de la estampita? ¿Es que hay alguien que supervisa que una imagen religiosa no forme parte de la vida de un ciudadano? Entonces comprendemos que el verdadero motivo de la intransigencia de esta especialista es que ella también está atrapada en la marea de falta de libertades que viven todos los cubanos.

Tengo críticas, ¡cómo iban a faltar! Por momentos, me resulta inverosímil la comprensión de algunos maestros hacia la actitud de Carmela, enfrentada prácticamente sola a toda la maquinaria trituradora del Estado, que está implícito, pero no explícito (lo cual es obvio en una país donde la censura es muy fuerte); pero la realidad cubana ha demostrado más de una vez aquellos que intentan mantener su independencia, su soberanía personal en un país donde la vida privada es motivo de análisis político, no tiene muchas voces que le acompañen. Probablemente lo sepa porque lo viví, pero no descarto que las cosas hayan cambiado y, quizás este detalle pase inadvertido para los que conocen la realidad cubana de oídas.

Como sea, ese momento conciliador donde Carmela le dice a Raquel “las dos sabemos que aquí cada una tiene que hacer el trabajo que le toca.” Deja a las claras el verdadero motivo del filme: las personas atrapadas en la marea. La marea que todo lo consume, todo lo envuelve, que no deja un mínimo resquicio para la individualidad, para la libertad.

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