Cuando decir “Lo siento” no significa nada

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Todos cometemos errores. Nadie es infalible, ni perfecto, ni tiene todas las soluciones a todos los problemas humanos y divinos. Precisamente por ello debemos estar abiertos a comprender a los demás, debemos ser capaces de ver los errores nuestros para no juzgar con demasiada severidad a los demás.

Los psicólogos dicen que pedir perdón es necesario. Si cometemos un error, si nuestra apreciación nos impidió hacer lo correcto en su momento, no deberíamos tener miedo o vergüenza para decir “lo siento”. Si nuestro arrepentimiento es sincero, si nos percatamos del error, las personas a las que dañamos y que ahora necesitamos escuchen nuestro arrepentimiento, tendrían más elementos para poder aceptar nuestras disculpas.

Y en nosotros mismos la disculpa, el decir “lo siento” provoca la sensación de que algo hemos reparado del daño que previamente hicimos, si es que en algo se puede reparar.

Sin embargo, pedir disculpas puede ser un problema.

Los errores enseñan. Es el más viejo de los métodos de aprendizaje. Me equivoco y vuelvo sobre mis pasos para tomar otra decisión a la que me indujo al error. Así aprendemos todos los seres humanos desde que asomamos la cabeza de las cavernas en el Holoceno.

Otros tienen el don (que se puede aprender si se escucha y se observa bien el mundo y las personas) de prever los errores. Cometen menos errores porque intuyen donde está el mal camino a elegir y toman el correcto luego de un análisis concienzudo de la realidad y del problema que se les presenta.

Por el contrario, otros cometen errores casi todo el tiempo, apenas piden perdón por ello, pero cuando lo hacen vuelven a cometer los mismos errores una y otra vez, para pedir disculpas nuevamente sobre el tema repetido. Este es un gran problema: pedir perdón demasiadas veces.

Alguien puede equivocarse una vez y podemos o no aceptar sus disculpas. Depende de si creemos o no sus argumentos, si queremos o no al equivocado. La segunda vez que se equivoca en el mismo tema, la mosca se posa tras nuestra oreja, pero con buena voluntad, podemos aceptar que el aprendizaje básico de prueba-error no es igual para todos. Pero a la tercera, a la cuarta, la quinta, o quien pide disculpas tiene la peor suerte del mundo o no existe equivocación y es probable que estemos siendo manipulados.

Decir “lo siento” tantas veces puede entonces no significar nada. Es como la fábula, que de tanto avisar falsamente que venía el lobo nadie creyó cuando vino en realidad. Por eso debemos analizar nuestros pasos, porque si bien los estudios actuales demuestran que, contrario a lo que creíamos, tomamos casi todas nuestras decisiones más intuitiva que racionalmente, es importante que los caminos escogidos, las vías tomadas sean las menos erróneas posibles; y si fue errónea, siempre queda pedir perdón si alguien sale dañado.

Pero que no sea demasiado porque un día nos vamos a sorprender que la persona que siempre nos perdonaba, un día nos mira a la cara sin creer ni media palabra de lo que le contamos en nuestra disculpa. Entonces la habremos perdido.

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