Tengo varias paradojas en mi vida. No pocas, dado que pienso, luego (que es decir por tanto), existo; luego, tengo dudas, incertidumbres, inconstancias, incapacidades, imprevistos.
Tengo imaginación, o creo tenerla, o quizás algo que se le parece demasiado, que permite elevarme más allá de mis problemas, de las vacuidades de quien ama solo al dinero y analiza la vida en blanco y negro, y permite encariñarme por el futuro que veo delante.
Tengo añoranzas, ilusiones, fantasías sobre lo que puedo y quiero. Tengo en fin, un espíritu dentro de un cuerpo material, un alma con los pies de un agnóstico. Y es que Dios me queda lejano.
Decir Dios es como decirme el presidente del país vecino, o quizás del mío propio, alguien de quien oigo hablar pero nunca he visto en persona, alguien que podría ayudarme si creyera en él pero no hago el menor esfuerzo por ganarme su confianza, o su beneplácito, y quizás no votaría por él en las elecciones, de existir elecciones celestiales.
Sin embargo, cuando siento que algún amigo está mal no dudo en recomendarle El secreto, de Rhonda Byrne, Vida después de la vida, de Raymond Moody, o Tus zonas erróneas, de Wayne Dyer.
No creo en la ley de la atracción, no creo que una terapia hipnótica tengas efectos regresivos a vidas pasadas, que con un libro de autoayuda el mundo sea más claro, ni que mi destino esté en los astros o en una mesa cubierta de cartas o caracoles predictivos.
¿Entonces por qué recomendarlos? Porque creo en el poder curativo de aquello en lo que creemos. La ley de la atracción propone una especie de energía universal que nos ayuda a conseguir un objetivo cuando lo encaramos con optimismo. No creo en la energía universal pero creo en las capacidades que como individuo puede aportar a alguien creer en la ley de la atracción.
Creo en el mejoramiento humano de alguien que asegura haber viajado a la antigua Roma en una experiencia hipnótica y haber descubierto allí una cura para su actual problema de encarar normalmente la vida. Seguro creeré que su viaje está psicológicamente explicado, aderezado por un deseo tras ver la película Gladiador, pero nunca se lo diré si veo que su vida ha mejorado. Más bien le recomendaría algún libro más sobre el tema en el que cree.
Por tanto, sí que me cuesta creer en Dios, en el alma que da vida a nuestra materia, en los viajes astrales, las experiencias previas a la vida, el tarot, la astrología o el Sursum Corda. Quizás sean reminiscencias de mi educación atea. Pero sí creo que quien cree en ello puede curarse por dentro si lo encara sanamente y con sabiduría.
Y es que la vida es eso: convivir con las escasas ideas que asoman a nuestra mente, intentar escoger las mejores y hacer con ellas lo mejor posible que podamos para ayudar a los demás desarrollando nuestro interior, nuestro oficio, y nuestro talento, que es también una forma de ayudarnos a nosotros mismos.
Si algo bueno he aprendido de esta vida es centrarme en aquellas cosas que merecen la pena. Los conflictos innecesarios, las desavenencias por defender ideas volubles, los enfrentamientos por historias pasadas de quien entiende su vida de otra forma, no tienen ningún valor frente a aquello que nos puede unir y ayudar. El futuro y nosotros mismos como seres humanos, lo merecemos.
Estoy empezando a interesarme por lo que ha pasado en tu vida. Tus textos de 2010 tienen un aliento vital que contagia. Un beso de tu amiga