El valor de la sociedad civil

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Es un error común creer que nuestra labor como ciudadanos empieza y termina cuando decidimos cada cuatro años por el gobierno que nos elegirá por los otros cuatro que siguen, y mientras tanto debemos esperar sentados a que el gobierno haga bien las cosas, y si no cumple, vuelta a empezar con otras elecciones.

No recuerdo exactamente cuáles fueron las elecciones españolas en las que un profesor de ciencias políticas impuso a sus alumnos como trabajo final de clase la creación de un partido y la presentación en los comicios. La idea surgió en él porque veía la escasa credibilidad que gozaba entre sus alumnos el sistema electoral y porque otorgaban manipulación generalizada a todo el sistema, no ya sólo al electoral sino a toda la clase política y a la sociedad. Creían ellos que los partidos eran marionetas de fuerzas ocultas a las que se debían y que ellos no podían cambiar. Al final, el partido que crearon llegó a obtener un resultado sorprendente que dejó incluso a los propios alumnos sorprendidos de su resultado cuando apenas tenían dinero, ni las maquinarias que poseen los partidos mayoritarios que logran los mejores espacios publicitarios y llegan mejor a la sociedad. Tampoco recuerdo si obtuvieron escaño pero sí obtuvieron votos suficientes para influir en las leyes, aunque al final no ejercieron su derecho político.

El proyecto sirvió al profesor para ejemplificar prácticamente los valores de la sociedad civil y que muchos jóvenes, que han nacido bajo sus virtudes, no son capaces de apreciar. Por desgracia hay montones de ellos que encauzan su descontento social contra el capitalismo ejecutando actos vandálicos y de dudosa legalidad –como el movimiento okupa– y amparando todo lo que se enfrente –sea el comunismo más retrógrado o incluso a declarados terroristas que se esconden bajo el paraguas de “luchadores por la libertad”– al sistema en que viven.

Fue un argumento sólido para la defensa de la democracia. Sin sociedad civil, sin personas críticas frente al poder, ciudadanos inquietos que no se creen a sus políticos y usan la ley que nos hemos fijado, las cosas no podrían cambiar a mejor situación.

La democracia, el poder de los más, no es infalible ni bueno por sí solo. Necesita que haya fuerzas contrarias que funcionen como contrapeso para las posibles salidas de tono del ejecutivo, del presidente y su grupo de gobierno.

Un gran ejemplo de las virtudes de la sociedad civil se ha dado también en España con un partido que responde a las siglas de UPyD (Unión, Progreso y Democracia). Surgió como una plataforma civil, quizás ya previendo la posibilidad de unas elecciones futuras pero que sólo sabrán quiénes proyectaron su origen. Las cabezas visibles de este partido son Rosa Díez, antigua militante del PSOE (Partido Socialista Obrero Español), que no comulga ni lo hacía con las tesis y la deriva del socialismo español y renunció a él; el otro padre de esta criatura es el escritor y filósofo, Fernando Savater, cuyos libros y artículos sobre la responsabilidad del ciudadano en la democracia son más que conocidos por el lector español.

Hay que reconocer que su exposición pública fue demencial. No tenían dinero, no gozaban del favor de los medios de comunicación y tuvieron incluso dificultades para formar sedes en todas las capitales de provincia españolas, se llegó a la absurda circunstancia de que les negaran espacios públicos para ejercer campaña electoral en Madrid, donde gobierna por mayoría absoluta un partido rival.

Pues Díez y Savater lograron lo impensable, crearon bonos intercambiables para que sus seguidores los compraran –alquilaran sería justo decir, ya que han empezado a devolver el dinero ahora que están empezando a ser solventes– y lograron que figuras de renombre internacional se convencieran de su mensaje independiente de poderes externos, sea la iglesia, los lobbies gays o de los actores, o cualquier otro poder ajeno. Junto a Díez en varios actos públicos se vieron a Mario Vargas Llosa, el escritor Álvaro Pombo, el dramaturgo y director de teatro Albert Boadella y gran parte de las víctimas del terrorismo encontraron en este partido una plataforma en la que se sienten seguros de que se prestan atención a sus requerimientos con respecto a las negociaciones con la banda terrorista ETA.

Pues lo interesante es que UPyD alcanzó más votos en toda España que otros partidos tradicionales y llegó a obtener un escaño en el parlamento español, lo que le dio y le da todavía voz y voto en la gestión de las leyes del Estado. Es interesante este detalle porque la disparatada ley electoral española permite que haya regiones donde unos votos tengan mayor peso que otros, de forma que hay partidos que obtuvieron menos votos generales en todo el territorio peninsular y sin embargo tienen más escaños en el parlamento. Realmente absurdo.

No ha sido el único logro de UPyD. Han movilizado a la sociedad civil para que se obligara al parlamento a modificar leyes que los grandes partidos apenas pasaban de puntillas sobre ellas, ha centrado la atención de los medios de comunicación que antes no lo hacían, incluso hay un periódico de tirada nacional (El Mundo) que está haciendo claramente campaña a su favor y lo más sorprendente es que sea ahora mismo el partido político español que más rápido crece y que haya desbancado a los líderes de los dos grandes partidos españoles de las listas de políticos más valorados por la ciudadanía. Quiere decir que ahora mismo la mayoría de los españoles creen más en ella que en el presidente del gobierno. Y cómo último dato, la previsión de voto en las encuestas realizadas para las próximas elecciones están dando a UPyD como la tercera fuerza más votada en España luego de los dos partidos mayoritarios ¡Más que sorprendente!

¿Cuáles son las razones de semejantes logros? Habría que enumerar en primer lugar el hartazgo de la gente por la política de los partidos tradicionales, más preocupados por su propia disciplina interna que por los problemas de los ciudadanos. Pero la gran baza, el gran logro que ha despertado el interés de la sociedad española, es la posibilidad de tener un partido que defiende lo mejor de los dos mayoritarios desechando aquello que les impide llegar a apropiarse del voto mayoritario de los independientes, los que no comulgan con ideologías ni partidos.

UPyD es un partido laico de tendencia liberal, defiende como el PP (Partido Popular) el liberalismo económico pero a la vez acepta y promueve leyes sociales que nunca aceptaría éste de buen grado, como las uniones homosexuales. Es lógico, su laicidad es su escudo, no debe argumentos ni cede a presiones de ninguna tendencia o grupo religioso.

Pero a la vez ha recogido una capa que ha dejado caer el PP en la crítica hacia los nacionalismos sin hacer concesiones por motivos electorales a los menos agresivos, aunque sin olvidar distinciones entre los democráticos y los del tiro en la nuca. En esta misma línea argumenta la defensa de los derechos de los individuos frente al derecho de las lenguas que preconizan los nacionalismos.

El ejemplo de UPyD es el más claro de lo importante que puede llegar a ser la sociedad civil para cambiar las cosas. Mientras exista un ciudadano libre, comprometido con su tiempo y no con disciplinas ideológicas o de partido, con ganas de cambiar las cosas y con suficiente preparación (ergo: “ser cultos es el único modo de ser libres”, José Martí dixit) habrá un obstáculo contra los excesos del gobierno.

Recordemos a Lincoln: “Todos los hombres nacen iguales, pero es la última vez que lo son.”. Luego la vida nos coloca en nuestro sitio y nos diferenciamos por nuestra cultura, nuestra profesión, nuestro patrimonio personal. Dejamos de ser iguales de facto pero seguimos siendo iguales ante la ley, y es ahí donde se debe dar la batalla frente al poder, sea o no sea democrático.

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