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Cuando el siglo XX concluyó, todas las esperanzas y expectativas que teníamos sobre el comienzo de la centuria quedaron en el ocaso de la noche del 31 de diciembre de 2000. El hombre, como tendencia, y aunque muchos crean lo contrario, es más libre y goza de mayor bienestar; pero no es más feliz. Sigue sufriendo por las desigualdades sociales, por las ambiciones políticas de otros hombres que le impiden esa libertad y bienestar. Y sobre todo, seguimos muriendo o viviendo de amor, de pena, continuamos buscando la felicidad en otros seres humanos; felicidad que creemos escamoteada por el desarrollo científico y tecnológico de nuestra época. La principal preocupación del hombre es aún el propio hombre.
La literatura, como las demás artes, es una respuesta del ser humano frente al sufrimiento, bien para criticarlo, bien para embellecer en ficciones lo que no es bello en la vida. Quizás sea este el principal motivo por el cual Emma Bovary sigue suicidándose cada año y que Hamlet sigue fingiendo perder la razón, o que un estirado caballero de triste figura recorra aún el mundo «desfaciendo entuertos». Y es realmente una suerte que sea de ese modo. La literatura sigue siendo un entretenimiento a pesar de las voces que cada año le vaticinan el final. Aunque la literatura no puede ser sólo eso.
La modernidad ha derivado hacia una necesidad del hombre por la distracción fácil. El tiempo libre de que disponemos es utilizado para descargar las tensiones diarias: desde la radio hasta los juegos de ordenador, sin dejar de mencionar esa caja cuasi infernal que se nombra televisión. Todos estos medios audiovisuales tienen al entretenimiento como centro de sus objetivos y no exigen del espectador más que la pasividad. Lo trasladan a un mundo ficticio donde, por lo general, es innecesaria la reflexión, el razonamiento; se le pide que relaje todos sus sentidos y se deje engañar por una fantasía entretenida o por una realidad manipulada, mas siempre desde la pasividad.
La literatura ha sobrevivido a este alud. Una obra literaria entretiene, pero exige además otras cualidades y capacidades del lector, que debe decodificar las palabras, crear imágenes propias, razonar cada idea que el texto le transmite y, en especial, contrastar la realidad del libro con el mundo que le rodea, adaptar las impresiones que le transmite el conflicto literario con sus reflexiones sobre la realidad.
Quien pretende asomarse al mundo de la creación literaria no puede desconocer esto. El escritor es, ante todo, un ser humano con su propia visión del mundo, su cultura, sus miedos, aprensiones y tristezas; después es un creador de ficción. Transmite, por tanto, una forma diferente de analizar el entorno, una mirada única y subjetiva sobre la realidad. Todo ello con el único objetivo de hacer reflexionar mientras nos emociona y entretiene.
Cuando concluimos de leer una buena obra literaria somos conscientes de que algo ha cambiado en nosotros, el autor nos ha contaminado con su historia, cambiando nuestra visión del mundo —ya sea para denigrarlo o alabarlo.
El escritor Mario Vargas Llosa, autor reconocido por la fuerza que sus libros transmiten y por la influencia que su obra ha tenido en la concepción del mundo de muchos jóvenes escritores, dijo en una ocasión en su conferencia magistral Literatura y Política: dos visiones del mundo:
Yo estoy seguro que efectivamente es así, que esa literatura que es grande, lo es no sólo por razones estrictamente literarias, sino porque en ella, el talento, el dominio del lenguaje, la sabiduría en el uso de las formas sirve para que en nosotros se produzcan unos cambios, ya no sólo como individuos, amantes de la belleza literaria, sino como ciudadanos, como miembros de un conglomerado social.
Sin embargo Vargas Llosa expone que es inverificable la idea de que alguna obra literaria haya desencadenado una sucesión de acontecimientos que demuestren un cambio determinante en la asimilación del bien y la justicia. Podría ser cierto si no hubiese existido La cabaña del tío Tom,de Harriet Beecher Stowe, cuyo planteamiento humanista influyó de manera decisiva en la consolidación de una mentalidad antiesclavista que derivó hacia la guerra de secesión norteamericana y la posterior abolición de la esclavitud en dicha nación.
Existen otros casos donde las consecuencias no han sido tan evidentes, pero han provocado en la sociedad un sentimiento popular inesperado para sus creadores, aún cuando no se pueda demostrar con hechos concretos o tangibles esta evidencia. Es el caso de la imposibilidad de convencer a alguien de que Sherlock Holmes no existió o que haya toda una cultura del Bloomsday en Irlanda rememorando la obra de Joyce.
Pero en realidad, si la literatura tiene esa impronta, si puede servirnos para algo más que el divertimento, ¿hay forma de aprender a hacerla? ¿Puedo aprender a escribir ficción, hacer novelas, cuentos, fantasear con poemas? El escritor no nace, se hace.
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