¿Leer? ¿Para qué?

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MorrisLeí un artículo por algún sitio de cómo un grupo de psicólogos pueden identificar el comportamiento psicótico a través de un perfil en Facebook. No es descabellado; las redes sociales nos ayudan a veces a compartir información relevante, pero deja mucho de nuestra propia personalidad en lo que compartimos, comentamos, o gustamos.

Un amigo comparte públicamente su opinión sobre un libro de Cormac McCarthy que le ha parecido excelente. Él usa el adjetivo descojonante, pero prefiero no mencionar palabrotas. Quizás, –casi lo puedo asegurar– su comentario era una manera admirativa. “fíjense qué pedazo de novela, este autor es magnífico, pásense un momento de sus vidas y admiren su talento literario”.

Alguien le ha preguntado si el libro en cuestión tenía película. Luego de pensar un segundo, algo desconcertado, sobre el comentario le di la razón a los tipos que identifican personalidades por el perfil de las redes sociales; es obvio. Quien ha preguntado –espero que no sea psicópata; no tiene por qué– jamás se leerá el libro, eso de estar días, semanas o meses con la vista fija en unas páginas escritas por otros, pensando, imaginando, es una pesadez insoportable.

Recordé un juego donde debíamos ofrecer datos de un personaje célebre para que otros dieran con la respuesta. Entre los datos dije que era novelista y había escrito Le père Goriot(Papá Goriot); es un juego, es fácil de adivinar, todos estamos en Francia y este tipo nació en Tours (donde hacíamos el juego), ¡pan comido! Me equivoqué, nadie lo identificó.

Luego lo pensé mejor: sólo a mí se me ocurre proponer un escritor del siglo XIX para adivinar. La cultura actual se dirime entre las redes sociales, el cine y la música pop norteamericanos. Esto de leer es para unos cuantos; y leer clásicos, sólo de perturbados o soñadores, como yo y cuatro amigos desperdigados por el mundo.

De lo demás que se lee, los libros que se consumen actualmente en masa son los escándalos sexuales del tipo Cincuenta sombras de Grey y las biografías de cualquiera que venda muchos CDs, salga en la última película de James Cameron o Pedro Almodóvar, o en la televisión, aunque su profesión no quede clara. Algunos creen incluso que las editoriales pagan a un escritor negro, fantasma o como quiera que se llame, para que escriba un libro con las características del famoso, quien sólo tiene que firmar un contrato de confidencialidad y poner su nombre en la portada.

De esta norma contemporánea, quizás se escapen algún libro de Vargas Llosa, Coetzee o Murakami –por mencionar algunos, aunque conozco gente que, quizás con razón, tampoco los salvaría–, y alguna rareza de un escritor desconocido de Burundi o alguna república del Este –esto es a modo de hipótesis– o los interminables tomos de Harry Potter –que por lo menos inician a muchos niños en la lectura– o Juego de tronos, que confieso no haber leído, pero me han hablado bien de ellos.

Pensándolo bien, esto de leer no lleva a ningún lado. El mismo amigo que habló de La carretera (The Road) me comentó: ¿sabes qué diferente sería nuestra vida si nos hubiéramos puesto a generar ideas o negocios para ganar dinero en lugar de leer libros? Sí, era un chiste, pero rodando sobre una verdad irrefutable: la gente no lee; y no los critico, ¿para qué? Y si el libro tiene adaptación al cine ni te cuento.

La lectura conlleva tiempo, reflexión, introspección, uso de la imaginación. Leer requiere una vida tranquila –que hoy no tenemos ni buscamos–, una soledad –exterior e interior– y una concentración que sólo se consigue con el entrenamiento diario. Demasiado trabajo.

¿De qué sirven todos los argumentos a favor de la lectura cuando recomiendas un libro a alguien que sí lee y te suelta que espera que no sea del siglo XIX?

Alguna vez argumenté por aquílo que creo de por qué es mejor leer clásicos. Entre algunas de mis majaderas tesis está la indagación filosófica que ofrece un libro ampliamente reconocido por años de lectores y crítica. No sirve; la indagación filosófica es cosa de flojos, gente como yo que se fuma un libro de casi mil páginas para conocer la historia de un enfermo en una montaña durante la segunda guerra mundial o la de un poeta que llega a ser la máxima figura de una orden erudita que pretende reunir todo el saber humano en un juego intelectual. Y encima escritos por alemanes, ¡habrase visto!

Defendería la lectura por algo simple, porque nos mueve algo poderoso en el interior, porque el autor no nos trata como imbéciles, porque nos respeta, nos teme como lectores y como individuos listos y capaces, nos obliga a pensar en nosotros como seres humanos, en nuestra capacidad para el daño o el perdón, en nuestro pasado y futuro, en nuestro potencial para amar u odiar, en la libertad o el amor irracional a las cadenas de la esclavitud, y sobre todo, nos alimenta espiritualmente, nos hace más sabios, más capaces de identificar soluciones antes los problemas y los obstáculos de la vida. ¿No se dan cuenta? ¡Necedades!

Leer está sobrevalorado. No leamos, escuchemos a Justin Bieber y Kathy Perry, sigamos la vida de Angelina Jolie y Brad Pitt, estemos pendientes de las comidas, las mascotas y los cabreos de nuestros contactos en redes sociales. Lo de la lectura es cosa de gilipollas y muertos de hambre. No digo ya la creación literaria. Lo dijo el poeta Wichy Noguera en su poema, Le digo a mi hijo:

…estudia matemática,

hazte agricultor o militar

porque el arte mata.

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