Louise Glück. Con el sombrero de Chaflán

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blankQuiero hacer una excepción en este medio, o quizás no tanto. Cuando inauguré el podcast me propuse hablar de literatura, cine y series, es decir, ficción y las formas de enfrentarse a ella como consumidor o creador, pero esta vez voy a violar mis propias reglas para hablar de una polémica que ha saltado a los medios de comunicación hispanoamericanos.

Os pongo en contexto. La editorial Pre-Textos, una pequeña, pero interesante, casa editorial radicada en Valencia, España y que publica a autores poco conocidos, pero de alta proyección internacional, ha divulgado durante 14 años la obra de una poeta (o poetisa, si prefieren) desconocida mundialmente sin apenas vender casi nada de sus libros.

La polémica ha saltado porque en 2020 la poeta a la que publicaban, Louise Glück, gana el premio Nobel de literatura lo que la convierte en una celebridad mundial en el campo de la cultura y sus libros podrían venderse mejor, lo cual sucede ya. De hecho, todas las ediciones realizadas de su obra durante esos 14 años se agotaron en apenas unas horas. La cuestión es que el agente literario de la autora, Andrew Wylie, tras el flamante y jugoso premio Nobel, decidió retirar los derechos a la editorial valenciana de forma unilateral para venderlos a alguna gran editorial que, probablemente venderá más.

El caso me interesa porque me permite proponer algo de información sobre las formas que tenemos los autores para dar a conocer nuestra obra. Así que, si lo analizamos bien, no me alejo demasiado del propósito inicial de reflexionar juntos sobre la ficción. ¿Cómo lo haremos?

Bien. En mi país de nacimiento existía un humorista de nombre Chaflán, que utilizaba un método curioso con su sombrero para que el público supiera cuando hablaba en serio y cuando hacía humor. Si se ponía el sombrero todo era broma, cuando se lo quitaba, estaba hablando en serio.

Como tengo la doble experiencia de autor y editor, en este caso de Louise Glück, me veo obligado a usar el sombrero de Chaflán, pero le he cambiado las funciones: hablo como editor cuando me lo pongo y como autor cuando me lo quito.

Hagamos una prueba.

Hablo sin sombrero:

Hasta que llegó Amazon al mercado de los libros, ¿cómo un autor que escribía un libro podía promover su obra? Pues enviaba su libro a una editorial tradicional, esta decidía si lo publicaba o no. Si la respuesta era positiva, la editorial le enviaba un contrato al autor para “alquilar” la obra durante un tiempo, digamos 5 o 10 años por un reparto de las ganancias en la venta, revisaba el manuscrito original, lo corregía, lo maquetaba, lo enviaba a una imprenta que hacía una tirada inicial desde 500 hasta 20 mil ejemplares, (Quizás alguno más) y colocaba el libro en las librerías, a través de empresas distribuidoras. En este proceso el precio del libro decidía el reparto de las ganancias si el libro se vendía; por lo general, entre un 80 o un 90 por ciento para la editorial y un 20 o un 10 por ciento para el autor. Esto significa que, por un libro de 10 euros en la librería, un autor recibe entre 1 o 2 euros, según se haya acordado en el contrato, quitando además los impuestos.

¡Pero que injusto! Dirán muchos, y quizás es cierto.

Me coloco el sombrero:

Este proceso apenas ha cambiado. Cuando una editorial apuesta por un autor es como jugar a la ruleta rusa, aunque sin muertos evidentes. Del precio del libro (los diez euros que hemos acordado) una editorial paga 5 euros a los distribuidores, es decir aquellas empresas que tienen la infraestructura para colocar el libro en Barcelona, México D.F., Pekín, o Buenos Aires, y de los 4 o 3 euros restantes que quedan debe pagar al maquetador, al diseñador de portada y correr con los gastos de impresión y publicidad para que la gente sepa que ese autor existe y está disponible. Aquí las ganancias ya se equilibran algo. Una editorial ha invertido dinero, trabajo y tiempo en un autor, del cual cree que puede vender su obra.

Me quito el sombrero:

¿Qué cambió con la llegada de Amazon? Los autores nos hemos beneficiado, en parte. Un autor no está obligado a contratar los servicios de una editorial tradicional. Amazon te permite contratar sus servicios de publicación, impresión y distribución a un coste menor que el conocido hasta ahora (sin olvidar que las editoriales tradicionales corren con ese gasto) y Amazon suele tener porcentajes de pago para el autor algo mejores que los hasta ahora previstos en los contratos tradicionales.

Aquí, como autores, podemos ver cómo un libro que escribimos en la soledad de nuestro salón, puede ser colocado en una plataforma, sin salir de casa, por un coste bastante razonable y que puede ser vendido hasta en Japón, si tuviéramos la suerte de que nos sigan lectores de ese país o en cualquier otro país del mundo. El modelo de Amazon permite que no exista un gasto inicial por impresión, sino que el gasto se va haciendo mientras el libro se vende.  Ahora los libros no se imprimen de manera tentativa, sino sólo a medida que se van vendiendo, es decir, una impresión bajo demanda. ¿Es esto siempre bueno?

Pues depende. Si yo decido que tengo un best seller en mis manos, que mi libro va a romper todos los registros existentes de venta y voy a permitirme una libertad económica para dedicarme para siempre a escribir, pues es una experiencia magnífica. Pero suele decirse que un autor es el peor crítico de su propia obra, y por lo general, es así.

Saber si un libro será vendido o no es algo que me obliga como autor a saber, no sólo de técnicas de escritura y creación de ficción, sino también de conocimiento del mercado editorial, de estrategias de márquetin, fluctuaciones del mundo editorial en función del consumidor, etc., etc.

Si crees que has escrito la gran novela mundial que romperá todas las marcas posibles cuando en verdad tienes un libro normalito, o incluso mediocre, lo más probable es que publicar con Amazon sirva para presumir entre la familia y algún amigo, pero poco más. Quizás puedas hasta recuperar la inversión inicial de una pequeña impresión, pero salvo excepciones, un autor autopublicado, no suele tener excesiva influencia en la gran masa de lectores, y si la tiene, intenta ser contratado por una editorial tradicional interesada en sus libros.

Me pongo el sombrero:

Una editorial tradicional, o incluso las nuevas que surgen replicando el modelo de Amazon, suele conocer mejor estas herramientas porque tiene personal especializado en ello, y mira con desconfianza un autor cuyo currículum está plagado de auto publicaciones en Amazon. Las editoriales tienen un filtro inigualable para decidir si publican a un autor o no, si puede ganar dinero o prestigio con ese autor, y tienen, como norma, personal especializado en decidir si algunas de estas dos ganancias son posibles.

Me quito el sombrero:

Entiendo que un autor, cuyas ganancias suelen ser bajas de forma general, quiera que sus libros se vendan más y quiera contratar los servicios de una editorial superior, con un nombre conocido, mejores profesionales, servicios de distribución y venta más extendidos. La literatura es uno de los peores negocios a los que dedicarse si se pretende ganar dinero, porque salvo unos pocos autores, que tienen unas ventas altas o que cobran por asistencia a conferencias, congresos o reciben una entrada por publicar una columna o varias en diarios, la mayoría de los escritores somos unos muertos de hambre que nos dedicamos a esto por pasión, por cabezonería, por amor a la palabra escrita, o al proceso de creación, para que se fijen en nuestra peculiar forma de ver el mundo, o todos esos argumentos juntos; pero al final del mes vemos con tristeza la discrepancia entre ingresos y gastos, y suspiramos porque el mes que viene las cosas cambien con un pelotazo editorial, pero incluso, creyendo saber qué hacer para escribir el nuevo pelotazo que romperá todas las normas y registros de venta, esto es apenas un estudio mínimo, una tentativa sin evidencias claras y una idea vaga de lo que pretendemos lograr.

Me pongo el sombrero:

Algunos preguntan si no es abusivo también que los contratos obliguen al autor de un libro a la exclusividad de publicación con una misma editorial, durante un tiempo. Pues hay normas abusivas en los contratos tradicionales y, como editor, invito a los autores a tomarse el tiempo de leer bien lo que tienen en las manos antes de firmar, e incluso, regatear las condiciones, siempre que les sea posible, pero la exclusividad, salvo casos concretos, no es la peor de las cláusulas que podemos encontrar.

Una editorial invierte dinero en un autor porque cree que puede sacar un beneficio de los antes expuestos: dinero o prestigio. Y si el mismo producto tiene dos editores diferentes las ganancias deberán ser repartidas entre esos dos emprendedores. La exclusividad es, por tanto, una forma de garantizar que, durante esos 2, 5 o diez años, la inversión realizada en un autor, pueda ser recuperada.

No discuto si esto es razonable en términos de economía y finanzas, de lo cual no sé absolutamente nada, pero es entendible la protesta formal de Pre-Textos, ante la movida del editor de Glück de abandonar la editorial valenciana de forma unilateral. Si ahora, esa exclusividad pactada en un contrato previo, quiere ser violada sería ético y razonable con las leyes del mercado, que se llegue a un acuerdo con la editorial valenciana, a la cual habría que pagarle un estimado del porcentaje de los derechos que le habrían de corresponder por dejar ir a un autor en el que habían invertido durante un tiempo, justo cuando empezaban a sacar el beneficio que le correspondía.

Me quito el sombrero:

Quizás me equivoque, pero Louise Glück está de moda ahora y dejará de estarlo cuando decidan al nuevo Nobel o cuando los lectores se cansen de ella. Estar a la moda en literatura, salvo rarezas y clásicos, dura muy poco tiempo y la autora quiere aprovechar ese empuje. Quizás me equivoque, y ojalá sea así por el bien de Louise Glük, pero es posible que dentro de muy poco tiempo caerá otra vez en el olvido, y serán escasos, salvo aquellos realmente interesados, correrán a comprar sus libros como si del nuevo Iphone o Samsung Galaxy se tratara. La literatura, ya lo he dicho, es una profesión como otras porque exige esfuerzo, conocimiento y un consumidor dispuesto a pagar por el servicio que se le ofrece; pero a diferencia de otros, es uno de los peores, porque el número de consumidores dispuestos a pagar por ese servicio, es muy bajo, muy diverso y cada día más exigente, no siempre para bien.

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