Neutrinos y velocidades. De una decepción y un aprendizaje

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Estoy a favor de la verdad, sin importar quien la diga…

Malcom X

 

La noticia saltaba en los medios de comunicación hacía par de meses. Tiembla Einstein: los neutrinos podrían ser más rápidos que la luz. Un grupo de científicos había logrado que estas cosas de nombre extraño llegaran antes que la luz a otro país en una prueba de laboratorio. Como era de esperar se revolucionó el mundo de la ciencia y fue portada de medios de comunicación que tradicionalmente no vienen del mundo de la ciencia. ¿Era para tanto?

Por supuesto. Si se descubriera una partícula u objeto que fuera más rápido que la velocidad considerada como absoluta, podría poner patas arribas la teoría de la relatividad. Por eso el neutrino pasó de los laboratorios a las primeras planas.

Un objeto, por pequeño y underground que fuera hasta entonces, podía darnos argumentos para deshacer todo lo aprendido y darnos nuevas teorías y nuevos caminos para explicarnos el universo, el origen de los planetas y cuerpos celestes: ¡Toda una revolución!

Y la verdad es que por más admiración que sienta por el gran Einstein, me encanta que alguien se atreva a poner en duda lo que todos damos por sentado, que un loco o un grupo de ellos se atreva a dar pruebas de que lo que parece la verdad más absoluta, podría ser una ilusión óptica como un oasis del desierto.

Pero he aquí que sale el sentido común y luego de varias pruebas más de laboratorio, se ha descubierto que el experimento aportó datos erróneos porque había un cable que se desconectó de manera imprevista, creándonos a todos unas expectativas que han quedado en nada.

Decepción total. Sí, pero algo deberíamos aprender de todo esto para la vida diaria. Nuestras imperfectas vidas en las que creemos que todo está descubierto.

En el mundo de la ciencia, por más que algunos estén todo el tiempo cuestionando los argumentos de los científicos, existe una norma que el resto de los seres humanos deberíamos aprender. Esto es: Dudar de todo, incluso de aquello en lo que más firmemente tenemos arraigado.

En casi todas las ramas de la vida cometemos el error de creer sin dudar.

Tendemos a creer por fe, convicción, y sólo algunos (los menos) por experimentación práctica, por un análisis de la realidad que va más allá de nuestras convicciones, dogmas de fe o criterios establecidos.

Pensemos un poco. Si sucede algo (digamos por ejemplo que nuestra pareja nos traiciona) tendemos, por norma general, a reaccionar de forma predecible y subjetiva según un aprendizaje y unas vivencias previas que rara vez nos atrevemos a cuestionar. Un católico fanático podría perdonar, a un liberal (en el sentido europeo) podría serle indiferente, un celoso patológico podría convertirse en criminal, pero, rara vez nos atrevemos a actuar diferente a lo que se espera de nosotros, porque entre otras razones, creemos que la realidad debe someterse a las normas que creemos inamovibles.

Así la mayoría vota al mismo partido por más que destroce un país, compra la misma marca de ropas por más que lo decepcione, ve el mismo canal de noticias y lee el mismo diario por más que le engañe y sea consciente de ello. Nos cuesta dudar de la realidad que creemos firmemente asumida en nuestra mente por más que nos enseña algo diferente a lo que está en ella.

Por el contrario, en el mundo científico, para alcanzar la verdad, para poder decir sin ninguna duda que algo es auténtico más allá de toda duda, se somete a esa misma verdad a un bombardeo de prácticas para intentar demostrar que es todo lo contrario, es decir, completamente falso. Si luego de todo ello, no se puede demostrar su falsedad, entonces se da por verdadero.

Un ejemplo que alguna vez he usado. Alguien tira una botella de vidrio contra el suelo y no se rompe. Partimos de una premisa: las botellas de vidrio son duras y son inmunes a los golpes contra el suelo. La mayoría leemos o vemos este argumento en nuestro medio de prensa habitual y lo damos por válido sin dudar, si lo dice otro medio contrario a nuestras ideas, convicciones o dogmas de fe, puede que sí nos detengamos un momento a dudar.

¿Cómo se actuaría en el mundo científico?

La ciencia asume la práctica como el único criterio valorativo de la verdad. Un grupo de personas sensatas (como abunda en el mundo de la ciencia) lanzaría cien botellas de vidrio al suelo y esperaría que la premisa se repitiera, si no en todas, al menos en la mayoría de las partes del experimento. Si luego de destrozar estas cien botellas sólo unas cinco o diez de ellas no se rompen, nuestra conclusión es con toda seguridad diferente a aquella premisa inicial.

Todos deberíamos ser capaces de actuar así. En nosotros, en todos, está la capacidad para aprender y reinventarnos, hacer de nuestras convicciones un argumento circunstancial, no un dogma para toda la vida. Debemos sí, tener pautas que nos ayuden a entender, que nos permitan movernos en este viaje tenue e impredecible que es la vida, pero de la misma manera deberíamos ser capaces de cuestionarnos esas normas, estar alertas por si un día la realidad nos remueve las bases que creemos inamovibles. Porque la realidad es cambiante y cuando se mantiene intacta, debemos estar dispuestos a asumir que el error es de nuestra percepción sobre ella, pero nunca de ella misma.

Hay quien, por argumentos justificativos de todo tipo, se niega a dar el paso de aceptar una verdad que tiene delante de sus narices. Y se debe, y se puede, apreciarla en su totalidad, comprenderla, someterla a duda, cuestionamiento o directamente aceptarla si nada nos demuestra lo contrario de lo que nos enseña. Debemos también darnos la vuelta para ver –y aprender–  de lo que está detrás, arriba o abajo. Se debe estar dispuesto a intentar cuestionarnos nuestras verdades inmutables porque es un signo de valentía, igual que de sabiduría. Lo contrario, explicarnos el mundo, siempre sobre la base verdades inamovibles, es una estupidez.

Queda en nosotros escoger. Hacerlo como un científico sensato o un fanático estúpido.

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