Según recuerdo, no lo vivimos. ¿O sí?

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blankAlgo que he aprendido en este complejo mundo de las relaciones humanas es que lo que creamos tú o yo sobre lo que hemos vivido en el mismo tiempo y lugar, tenemos que ponerlo en entredicho. ¿No te ha pasado que hablas con alguien sobre un hecho del pasado lejano que ambos compartieron y tienen impresiones diferentes sobre cómo lo vivieron?

A ver si me entiendes, no quiere decir que no nos tomamos juntos un café aquella vez frente a la oficina, o no que fuimos juntos a la fiesta de aquel amigo o que no me viste cantando Heavy Metal en una noche de mucho alcohol y hasta que tuvimos una intimidad apenas confesable a menos que alguien lo convierta en ficción. Los hechos son los hechos y esto seguramente lo hicimos.

Me refiero a algo más sutil y tiene que ver con lo que hablamos mientras tomábamos el café, a quiénes vimos en la fiesta del amigo, por qué fuimos a aquel lugar y no otro a escuchar Heavy y qué nos pasó para alejarnos luego de vivir aquella intimidad que ninguno de los dos quiere recordar.

Hablamos de puntos de vista, hablamos de dos visiones diferentes, a veces contrarias, sobre lo que hemos vivido juntos y sobre lo que me he puesto a reflexionar luego de terminar la serie Nashville.

No es Nashville una serie que destaque por sus altos valores estéticos, la bien concebida estructura de su argumento o la caracterización de los personajes, pero si como yo intentas convencer a la gente de que una historia que inventas en forma de ficción tiene verosimilitud, es útil aprender de los errores de aquellas historias que tienen alguna virtud; y esta serie las tiene.

Un giro mal concebido e inesperado de Nashville (como muchos en esta serie) nos presenta a Gideon, el padre de Deacon Clayborne, casi al final de la última temporada. Deacon, un cantautor con problemas de alcoholismo e incapaz de mantener una relación sentimental por mucho tiempo, es empero, un personaje humanamente atractivo. Es difícil no reconocer en él algunos de nuestros propios defectos, y a la vez, las ganas de querer corregirlos.

A pesar de lo mal concebida de la relación entre Gideon y Deacon hay algo que podemos rescatar en cuanto a los valores humanos y es el enfrentamiento de puntos de vista entre ambos a la hora de recordar los años en que vivieron como padre e hijo.

Desde el punto de vista técnico la visión de este pasado se nos presenta con flashbacks de los dos personajes. Todos los recuerdos de Deacon ven un pasado oscuro, con un padre maltratador, alcohólico, intolerante y del que apenas nada aprendió hasta el punto de que recibía críticas y golpes cuando intentaba mostrar en la guitarra los acordes de alguna canción recientemente aprendida.

Al contrario, los flashbacks de Gideon son luminosos, llenos de momentos emotivos desde llevar a su hijo pequeño a escoger la guitarra que quisiera en la tienda hasta compartir juntos los acordes de una canción mientras le acaricia el pelo.

Más allá de la simpleza técnica y lo traído por los pelos que tiene este conflicto, lo interesante es esa reflexión que inicia este texto: cuán diferentes son las visiones de un mismo hecho según quién lo cuenta. Varias veces he comentado mi desconcierto al haber leído que nuestro cerebro inventa cosas, es decir, cuando tiene lagunas en los recuerdos las rellena con artificios especulativos −me gustaría decir ficciones, pero eso nos llevaría a otra discusión más compleja− en aras de hacernos más aceptable lo vivido.

Pues eso me recordó esta relación entre un padre y un hijo cuyos recuerdos son tan diferentes, que llegan a estar enfrentados. Lo interesante es lo que podemos hacer con esos recuerdos, si guardar para siempre el rencor por hechos que podrían estar medianamente ficcionados −¡Vaya, al final lo dije!− o tratar de usarlos para algo mejor que ayude a mejorar nuestra convivencia y nuestras relaciones. Ya ves que hasta de lo que no parece se puede sacar un aprendizaje.

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