En un chequeo médico de rutina, ese momento en que prefieres ir a sacarte sangre y regalar tu orina para saber cómo va la maquinaria que estar en el trabajo, me sorprende el médico diciendo que tengo un pequeño bloqueo en el corazón.
Me sentí desconcertado. ¿Eso qué es? Google me da tantas respuestas que ya no sé si tengo un ritmo que no es mambo o Cha Cha Chá o un duendecillo travieso que a su antojo me cierra la puerta de algún ventrículo.
“No es nada, probablemente lo tienes de nacimiento”, me dice el médico sabiendo que es mi primer electro. Pero no dejo de sentirme desconcertado. La maquinaria que siento perfecta, esta procesadora de carnes y alcohol que la siento avallasadora como un tren, no parece ser la de los 20 años como creía.
Y sin embargo, no dejo de preguntarme: ¿Será que sí lo tengo de nacimiento y en algún momento puede ir creciendo? ¿Habrá ido creciendo y yo ajeno a ello le seguía dándole a mi corazoncito complicaciones innecesarias? ¿O no será que nunca lo he tenido y me ha llegado por descuidar mi vida, en especial mi vida sentimental que no va precisamente como creía a los 20 años?
Tengo dudas. Podría escribir de forma negativa. Decir que quizás esto me pasa porque estoy harto y preocupado de que parte de mi vida privada esté en boca de mucha gente a los que nunca he dado permiso para entrar en ella pero al que otros han dado llaves para abrirla. Y todo por dejar mi llave a la persona equivocada. Como en esas fotos sin permiso que aparecen en Internet porque a un novio despechado y estúpido se le cruzan los cables.
Podría escribir de forma negativa. Decir que esto es una consecuencia de querer comprender y perdonar a personas que contaminan lo que tocan. Personas dañinas que se envuelven de una pátina de victimismo que engaña a los que le rodean quienes son incapaces de darse cuenta del engaño; personas que exageran lo que sienten sin motivos, para los que una frase crítica es una afrenta a la dignidad, y una alabanza es sinónimo de escrutinio personal al que no tenemos derecho. Personas para los que todo es blanco o negro, que te arrancan un dedo y luego te exigen disculpas si les escondes la mano.
¿Será que hasta ahora abrí mi corazón de manera equivocada?
Pero no. Quiero escribir de otra forma. Los malos momentos como los anteriores me hacen aprender, por ejemplo, que quizás siempre debemos perdonar, pero no siempre debemos dar segundas oportunidades. No sé si ese aprendizaje resiente a mi corazoncito, pero no debo permitirlo si así lo fuera. Y por lo pronto debo aprender a vivir aprovechando el presente: ¡Hakuna Matata!
Esta rutina que dejó de serlo cuando me hablaron de un corazón medio bloqueado, quiero creer que es un aviso de que la vida debe cambiar, que tengo muchos amigos perdidos (o no tanto) por el mundo a los que les debo un tiempo en Facebook o en un parque, un abrazo o un apretón de manos, un beso de bienvenida o despedida, un café o un daiquirí, o quizás algo menos importante: un artículo, un cuento o una novela.
Quiero vivir y escribir (sinónimos para mí) sabiendo que estos 40 años han sido fructíferos y que los próximos 40 deben serlo aún más. Que le debo a Samuel, mi querido hijo, algo más de tiempo. Que mi vida sentimental es sólo un aparte, que volverá a ser el ilusionante futuro que un día creía, aunque la vida obligue a cambiar el sueño, o cuando menos, la persona (o personas) con la que soñarlo.
Alcanzo a ver muy cerca que los proyectos profesionales que siempre he fantaseado no deben demorar, porque la eternidad no está en lo que creía el equilibrio perfecto de mi cuerpo, sino en las consecuencias que esas fantasías dejen a los que vienen detrás de mí, los que me verán –si soy capaz de convencerlos– como a un hábil discípulo (que superó a algún maestro) al que es necesario mirar de cuando en cuando para aprender algo nuevo.
Quiero comprender que los amigos que me piden más atención tienen razón, que les debo un poco más de mi tiempo, de mi vida, de mis momentos de alegría o tristeza. Voy a sonreírle aún más a la vida. Con ganas, con fuerza, con más ímpetu porque debo muchos proyectos a los que me quieren, a los que me admiran y a los que me odian. Y debo, a algunos amigos como a mi querida Carola, toda una vida que no termine ni en Cien años de soledad.