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Somos frágiles portadores de la verdad. Una de las certezas, y que no deja lugar a interpretaciones, en ese mar de dudas que es el cerebro humano y su funcionamiento, es su capacidad para reinterpretar la realidad según la conveniencia de su portador.
No me pregunten a mí, lo dicen los neurocientíficos actuales, y entre los más divulgados en lengua española, Francisco José Rubia Vila, con un título tan sorprendente como directo: El cerebro nos engaña.
Nuestro cerebro se las arregla para “reconstruir la realidad” cuando lo vivido es inconveniente. Si los hechos son claroscuros, están llenos de situaciones desagradables o nos falta información que impide el funcionamiento general del engranaje humano, este órgano neuronal, del que cada día sabemos más, se las ingenia para llenar los huecos o las situaciones incómodas con algo más adecuado que permita seguir existiendo sin que nos reventemos la cabeza de un balazo o nos llenemos la panza de barbitúricos.
¿Qué no me creen? Bueno, ahí les va:
En este proceso de reconstrucción, los esquemas no sólo manipulan la razón, sino que sesgan nuestro entendimiento. Los esquemas los utilizamos para resolver ambigüedades, para establecer conexiones aparentemente razonables entre los hechos, aunque éstos no lo sean. En este proceso de reconstrucción, llenamos huecos, redondeamos aristas y hacemos lógico lo que no lo es. En suma, la memoria es una reconstrucción plausible de la realidad, pero nunca una copia exacta de ella.[1]
Y si no fuera suficiente, remata Rubia Vila:
Nuestra mente funciona para optimizar las cualidades que aseguran su adaptación y supervivencia. Es capaz de hacer familiar lo que no lo es sobre la base de la generalización. Puede tomar una pequeña parte de información y reconstruir con ella el todo, aunque no sea muy exacto. Cortocircuita la lógica cuando es necesario y hace prosperar informaciones de muy poca calidad. Son trucos para la supervivencia.[2]
Esto nos convierte, a todos, en re-interpretadores de la verdad, y en algunos casos que todos conocemos en nuestro entorno, en mentiras andantes sobre dos piernas. Esta certeza científica me ha hecho replantear mi forma de actuar con los demás, más permeable a los errores humanos y tolerante ante las opiniones ajenas. Pero no es de eso que quiero hablarte.
En la serie The Affair, Noah (interpretado por Dominic West, el actor que dio vida al inolvidable Jimmy McNulty, de The Wire), es un profesor de instituto y escritor más o menos serio, que intenta hacer su profesión lo mejor posible, y que no alcanza ni el éxito ni la comprensión de los lectores. Noah viaja con su numerosa familia a Montauk, un pueblo costero cerca de Nueva York, para visitar a los suegros y tratar de escribir una novela que no alcanza a nacer, pero por la que todos le apremian.
En este pueblo conoce a Alison (Ruth Wilson que supera incluso su actuación en Luther), una camarera que guarda un secreto angustioso y que va cambiarle la vida al modesto escritor. Y hasta aquí puedo contar sobre la trama.
Podría agregar, sin desvelar más de lo que trata la serie, la existencia de un argumento donde el contrapunto entre realidad y ficción está aderezado con los variados y diferentes puntos de vista de quienes cuentan la historia. Los que hayan tenido el privilegio de disfrutar Mientras agonizo, de Faulkner o la increíble historia de Kurosawa en Rashomon, tienen un punto comparativo sin igual. Se trata de historias que ya conocemos porque alguien nos la cuenta y a las que asistimos una vez más desde el punto de vista de otro testigo, aportando (o escamoteando, según se mire) otros motivos y hechos que el primero no contó, y no sabemos por qué.
No tengo más que elogios para esta serie, con un marco de relaciones personales dibujada con una exquisitez que ya envidiarían algunas novelas escritas y publicadas. Para sostener esta pintura bien acabada, las actuaciones no sólo son excelentes, sino que ayudan a introducirnos en ese dudoso caleidoscopio que es la realidad según quien la describe. Es desconcertante ver cómo, a través de diversas miradas, la historia se altera, se moldea, cambia de sentido, y con ella, las magistrales actuaciones que no dejan lugar a dudas sobre la verosimilitud.
Y es este el gran logro de la serie: asistir a la realidad desde múltiples aristas, presentarnos los hechos como dicen los neurocientíficos que los humanos miramos la realidad: subjetiva y parcial. Es casi una forma del barbarismo (en tanto novedad) conocido como storytelling; es decir, la historia contada, que es a veces (muchas veces) más verosímil que la historia real.
Noah se ha impuesto como obligación escribir de lo vivido, es decir la historia que vive es a su vez, la historia de la que se retroalimenta para una novela que sabemos que va a existir y donde se contará lo que, nosotros los espectadores, estamos viendo con nuestros propios ojos.
Esta idea de la reescritura de la verdad, de los diferentes puntos de vista con que miramos nuestro entorno aparece a menudo.
Después de una discusión de Athena, la madre de Alison, con un grupo de personas de quiénes no desvelo sus identidades, sucede de regreso este diálogo en el coche.
−Un día vas a arrepentirte de elegirlo a él en lugar de a mí.
−No reescribas la historia Athena. Yo no elegí nada. Tú me abandonaste −responde Alison.
−Te has olvidado de muchas cosas. Te pedí que vinieras conmigo. Muchas veces. Para viajar por el mundo conmigo y vivir aventuras. Y elegiste quedarte con tus abuelos.
Y asistimos al eterno debate de si la literatura de ficción, más concretamente, la novela, el cuento, deben tener anclajes reales o no. ¿Debe un escritor atreverse con cualquier argumento o limitarse a describir sólo aquello de lo que sabe? ¿Es necesario vivir las historias para contarlas o se puede parir historias desde una mezcla aparentemente imposible de raciocinio y emoción?
El diálogo entre Noah y Alison, en un momento crucial de la historia, plantea el debate que luego ahondará. Todos saben que Noah no escribe, está bloqueado, la página en blanco lo asusta.
−¿Estás teniendo problemas con tu libro nuevo?
−Un poco.
−Porque ya has escrito sobre todo lo que te ha pasado en el primer libro, y ahora no te queda nada sobre lo que escribir −dice Alison en un arranque de inocente sinceridad.
−¿Es tan obvio?
−¿Sabes qué creo que deberías hacer? Olvídate del libro un tiempo. Has venido aquí de vacaciones, ¿verdad?
−No, he venido aquí a terminar mi libro.
−Bueno, quizá deberías intentar vivir un poco −mientras le acariciaba la mano−. Y entonces tendrás algo sobre lo que escribir.
Como siempre que encuentro algo que vale la pena, recomiendo encarecidamente esta serie. Un crisol de puntos de vista que nos obliga a mirar la realidad de otra manera, a repasar nuestra interacción con los demás, y buscar una tolerancia que no siempre estamos dispuestos a practicar.
[1] Rubia Vila, Francisco José. 2000. El Cerebro nos engaña. Madrid: Temas de Hoy.
[2] Ibídem.