Amar no es luchar

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blankAún me desconcierta la increíble brecha que los seres humanos nos hacemos en las relaciones de pareja. Y mi confusión no es en absoluto negación de algo tan evidente que aún nos persigue a muchos, quizá demasiados.

La reflexión apareció disfrutando de uno de los capítulos de Studio 60; serie inteligente, con diálogos sugerentes y cargados de información. El director de la cadena de televisión donde se desarrolla la historia intenta convencer a uno de sus actores de pedir perdón públicamente por unas declaraciones que realizó sobre el terrorismo a la prensa. El diálogo es una de las más ricas reflexiones que he visto sobre el perdón.

En un momento este directivo dice:

-Cuando estás casado, dices muchas veces «lo siento». Dices «lo siento» aunque no estés de acuerdo. Dices «lo siento» aunque no tienes ni idea de lo que hayas podido hacer mal. Dices «lo siento» porque quieres tirar hacia delante.

-Pero, tú te estás divorciando… -le dice el empleado algo confuso.

-Sí.

-¿Por qué?

-Estaba cansado de decir «lo siento.»

Ese pequeño trozo del diálogo me hizo retrotraerme a muchas conversaciones con amigos sobre el tema, y a mi propia vida.

No tiene que ver con el matrimonio. Muchas parejas que no viven juntas perciben la misma tonta experiencia: quieren a otra persona, que a su vez también los quiere, pero por algún motivo la convivencia, o el roce diario, impide que el resultado de la relación sea completamente satisfactoria. Y jode, ¡vaya que jode!

Seguramente recuerdas algún momento en que pediste perdón porque tu pareja estaba molesta por algo que aún no comprendes. Pero sí, decidiste hacerlo porque prefieres mirar hacia delante, porque prefieres pedir perdón sin saber por qué lo haces, que enfrascarte en una discusión de los motivos del enfrentamiento previo.

¿Por qué no podemos simplemente ser directos, francos, abiertos, concretos en una relación de pareja? Si amamos a alguien, ¿qué sentido tiene guardarse deseos, temores, ideas, cosas que contar?

Más de uno mantiene absurdas ideas de que es bueno hacer sentir celos al otro, que es bueno hacerlo esperar, hacerlo desearte, ocultarle cosas, como que lo amas, para evitar que use esa información contra ti. La simple enumeración de estas lacras, me hace recordar que existen las dos partes de esta deplorable ecuación: quien oculta lo que siente y quien se aprovecha de los sentimientos del otro, quien usa estrategias de El príncipe, de Maquiavelo para las relaciones de pareja y quien las sufre. Incluso cuando los dos se aman. ¿Por qué somos así?

Algunos hablan de intrínsecos laberintos hormonales que vienen desde nuestra existencia en las cavernas, de marcas indelebles en nuestro ADN que nos hace competir en las cosas más nimias, resguardar como individuos lo que nos hace felices aunque no consiga la felicidad del otro que comparte la esencia de nuestra vida.

Puede ser, puede que haya marcas ocultas que nos obligan a ser como somos, traumas de infancia que nos imprimen una personalidad que nada nos hace cambiar. Pero lo cierto es que no es verdad. Recientemente se ha descubierto un gen que porta la información del asesino en serie, o del psicópata, y sin embargo, miles de personas viven con ellos y no son ni una cosa ni la otra.

Si algo se puede demostrar es que nada, ni nuestro ADN ni nuestro pasado, nos obliga a ser como somos. La mejor de las capacidades humanas es aquella que le permite sobreponerse a todo. En nuestro interior está ese maravilloso potencial que nos permite estar por encima de las pequeñas mezquindades que nos fastidian la vida.

El amor no es una carrera de coches, una cumbre política entre naciones aliadas o un cuadrilátero de boxeo donde limar asperezas. Si amas, ¡ama!; olvida si el futuro es impredecible y complicado, si quieres decir “te amo”, ¡dilo!, porque la vida es una pequeña pausa entre dos inexperiencias que no sabemos que registran; y de la misma manera, no esperes nada del otro, sé feliz amando.

Es aquí, en este mundo, en este momento, en este vivir a diario donde está la posibilidad de ser felices. Si malgastamos el tiempo haciendo maquinaciones políticas contra nuestra pareja, estamos malgastando lo mejor de la vida: el disfrute del otro. Sólo un necio se permite eso. No lo seas tú.

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