No descubro nada nuevo cuando expreso que no existe en una misma persona la bondad pura o la maldad más imposible. Los seres humanos somos complejos, llenos de incertidumbres, puntos oscuros, inconstancias, desvaríos, que nos llevan a acciones inexplicables de desprendimiento personal o al más puro egoísmo.
Tenemos en el mismo recipiente algo de agua pura y limpia junto a un ácido corrosivo. Damos de una y otro en función de muchos condicionantes. A veces sabemos que no existe la más mínima opción de que hagamos algo bueno por alguien por más que nuestra bondad sea la del Príncipe Mishkin, de El idiota, que de tan bueno dio título al libro de Dostoievski. Otras, hacemos lo imposible por determinadas personas por más que no colme las expectativas que tenemos sobre ella.
Pero lo hacemos porque algo nos acerca a ese humano, sea amor, sea un cariño de amigo, algo de lástima porque lo sentimos desvalido ante este mundo complejo o por eso que algunos expresan con el barbarismo llamado Feeling, esa especie de atracción inexplicable que sea crea entre dos y no se sabe bien por qué.
Damos ácido a los que nos hieren, agua a los que queremos, pero a veces damos por igual ácido y agua a los que queremos o a los que odiamos. Incluso puede que a veces demos sólo ácido a los que queremos y agua a los que odiamos.
El más malvado de los hombres puede ser autor de obras de increíble bondad; nunca olvido la magistral interpretación (nada alejada de la realidad) de Robert De Niro haciendo un Al Capone que lloraba con Madame Butterfly y protegiendo al niño más indefenso. O más recientemente a Bryan Cranston, mutando magistralmente entre Walter White y Heisenberg en la serie Breaking Bad; pero por otro lado, el más bueno de los hombres, casi un idiota como Mishkin puede ser un asesino potencial si se le toca la tecla emocional inadecuada. Somos así: seres humanos.
El gran mérito del hombre –como género– o del hombre y la mujer –para los puristas con el género– es intentar dar más agua y menos ácido por más que alguien nos toque la tecla inadecuada, por más que existan personas que nos obliguen a lo contrario. Pero no siempre es posible.
No sé por qué, pero existe en el mundo alguien, que ya has conocido o que conocerás, que saca lo peor de nosotros, personas que nos convierten en un diablo que no somos, que nos ofusca por más que nuestra filosofía de vida sea estoica, que impide que seamos como somos y nos obliga a sacar más ácido que agua de nuestra botella.
Son esas personas que nos hacen expresar el malvado que llevamos dentro por más que decidimos un día reprimirlo de nuestra conducta, que hace de nuestra vida una escobilla que cualquiera puede agarrar y tirar, que compromete nuestras amistades haciendo de nosotros un Lucifer que los demás no veían antes porque habíamos logrado condenarlo al ostracismo.
Si alguna vez lo has vivido recordarás que intentaste miles de veces no expulsar tu crueldad, trataste de que nada te hiciera olvidar las enseñanzas de Zenón, Séneca, Platón o Aristóteles, que siempre te dijeron que el verdadero sabio sabe controlar las pasiones, rezaste para que insinuaciones constantes a tus errores y/o defectos no te hicieran saltar luego de mil y una veces repitiéndote la misma tonadilla.
Pero aun así, el mezquino que estaba dentro de ti no pudo más, saltó, y luego te arrepientes porque los testigos de tu exorcismo te culpan a ti que estuviste todo el día intentado acallarlo mientras te pinchaban para que lo expulsaras.
Entonces comprendes que ese diablo está siempre ahí, que Dios intenta triunfar siempre porque tú quieres que lo haga; pero tocando la tecla inadecuada, la maldad toma control de tu cuerpo, tu mente y tus acciones.
Y comprendes también que debes buscar la forma de que esa tecla nunca sea tocada, que si algo te obliga a sacar ese ácido corrosivo de ti debes intentar alejarlo porque la pólvora que llevas por dentro es peligrosa, el diablo que todos llevamos dentro es muy malvado y nada, absolutamente nada debe obligarte a ser lo que no eres.
Hay que cuidarse de la conciencia que es el verdadero DIOS.-