Kundera, el traidor

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Milán Kundera, el traidor, el soplón, chivato, punto menos que asesino. Se alzan voces contra él por el supuesto delito de entregar a la policía comunista checoslovaca a un díscolo compañero de clase cuando tenía veinte años.

Raro. Un documento, aún no autenticado, que duerme el sueño de los justos desde 1950, resguardadito, descansando entre otros cientos de legajos de la policía y nunca salió para desacreditar a un escritor que desde Occidente, y con el comunismo en horas altas –o eso aparentaba– se había convertido en un paladín de la libertad; cáustico crítico, casi fáustico, del comunismo mundial. Una de las cabezas visibles que enroscaba sus dedos sobre las llagas del comunismo y que parte del mundo se negaba a reconocer. No sale el documento entonces, y justo en vísperas de la designación del premio Nobel, sale a la luz. Raro. Huele a tufo, casi engañifa.

Pero no desacreditemos al semanario Respekt que ha dado la noticia. Demos por bueno que un joven entusiasta de veinte años, y por tanto manipulable, denunciara a un compañero al que creía sedicioso en una comisaría. ¿Y qué? ¿Han vivido los críticos bajo un gobierno de banderas con hoz y martillo?

Se suele decir que quien no abraza al comunismo a los veinte años no tiene corazón, pero a continuación es necesario aclarar que quien sigue creyendo en él a los cuarenta es porque no tiene cerebro. ¿Quién, que haya vivido en un sistema semejante, no ha sentido alguna vez que el resto del mundo es cruel? ¿Quién no ha sentido ganas de acabar el hambre, las injusticias, todo la maldad del mundo? El comunismo engañó –no a todos, bien es verdad– a muchos que queríamos justicia social y un mundo mejor. Unos solicitamos tener el carné de los comprometidos, otros denunciaron a quien no quería cambiar el mundo, todos –o casi– gritamos de rabia contra el imperialismo y a favor de un mundo diferente. Nos equivocamos, es verdad, pero la intención nunca fue malévola.

Dostoievski nos dijo en su novela que todo crimen tiene y merece un castigo que debemos asumir y purgar. Este señor de un país que ahora son dos –checos y eslovacos– ya depuró sus culpas –si es que tuvo alguna– cuando escribió La broma, Los amores risibles y La insoportable levedad del ser; tres críticas demoledoras al comunismo a la vez que inmensos cantos a la libertad del individuo frente a la maquinaria del Estado. Lo demás es simplemente hojarasca.

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