La paradoja de triunfar o ser feliz

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blankEstoy algo desconcertado con las impresiones, que en un programa de radio, dejó una profesora de español para extranjeros sobre el uso de la imaginación entre algunos de sus estudiantes. En especial, sorprende que aquellos países que lideran la economía mundial, Estados Unidos, Alemania y los países asiáticos (aquí casi habría que leer China), sus ciudadanos, al parecer reciben una educación orientada exclusivamente a los resultados, pero que termina, sino eliminándolos, minimizándolos como personas.

La profesora apenas les pedía en un ejercicio en clases que imaginaran ser aves y pudieran volar. ¿Qué harían? La respuesta apenas variaba entre los ciudadanos de los tres países mencionados: «No puedo volar porque no tengo alas, ¿cómo voy a volar?»

Es parte del resultado del tipo de educación que Amy Chua cuenta en su libro Himno de batalla de la madre tigre, entes perfectamente eficientes para solucionar problemas de una sociedad altamente competitiva e incapaces de usar la imaginación. Me pregunto si merece la pena.

Sin ninguna de las dudas los tres países son puntales de la economía del mundo, tienen el paro más bajo, la mayor creación de empleo y las tasas de PIB más altas del mundo; y al parecer una de las causas de ello es la educación que reciben los niños de estos tres países, más orientadas hacia los resultados antes que la integración social. ¿Pero merece la pena?

Los que me conocen saben que no tengo reparos en alabar la sociedad norteamericana, me sorprende que un país creado de la nada intencionadamente hacia la forma que es hoy (aunque mejorado por el uso y el tiempo) se haya convertido en el regidor de la sociopolítica del mundo en tan poco tiempo. Visto con suficiente frialdad y sin apasionamientos ideológicos, Estados Unidos de Norteamérica es un país creado por gente que emigró hasta allá para triunfar y de la nada levantaron una nación. Pero inmediatamente digo que es un tipo de sociedad en la que –al menos por ahora– no quiero vivir.

El tipo de educación de estos países crea una paradoja de difícil solución. ¿Preferimos una infancia feliz y adultez fracasada o infancia infeliz y adultez triunfante? Es una paradoja con trampa; que alguien sea feliz de niño no le condena a ser un fracasado de adulto ni lo contrario tampoco. Pero al parecer, como tendencia, esta triste paradoja sí funciona para los países.

Nunca he sido competitivo, más bien renuncio a ello, y eso, en determinados países, incluidos mis admirados Estados Unidos, es un lastre para triunfar. Eso sí, soy un defensor del estudio, de las horas/nalgas, de estar sentado durante horas para poder salir adelante en un examen y en la vida.

Recuerdo un amigo (del que no digo nombre y que espero que no se vea en esta anécdota) que me acompañó durante todos los estudios primarios y al que yo admiraba. Era casi un genio, apenas estudiaba y sacaba mejores notas que yo. Y que conste, mis notas en clases primarias dejaban sin aliento a los padres del resto de alumnos cuando las decían públicamente. Excepto, claro, los padres de mi amigo.

Mi amigo era un genio, yo era el espíritu disciplinado que si no estudiaba, si no se sentaba a hacer horas de estudio podía desaprobar examen tras examen.

Con el tiempo pude estudiar una carrera, escribir algún libro, ser parte del consejo editorial de alguna revista de Arte y Literatura, he aprendido idiomas y trato cada día de ser mejor en lo que hago en este mundo tan difícil de la literatura.

De mi amigo, el genio al que yo admiraba, lo último que supe es que trabajaba en una carnicería en Cuba. Ser carnicero no es deshonra, pero para mi amigo es la triste pérdida de un talento innato. Y todo por falta de una disciplina para el estudio.

La disciplina es vital, es la base para adquirir conocimiento. La mayoría de la gente pone frenos y pretextos para la solución de los problemas. Que si no tengo tiempo, que si es muy difícil, que si ese mundo ya está inventado. A mí me pasa como a los asiáticos: puedo pasar horas y días buscando una respuesta, pero me gusta solucionar las cosas por mi cuenta. Y si algo se me resiste, me acuesto, y al día siguiente vuelvo sobre ello hasta encontrar la forma de salvar el obstáculo. Así arreglo y configuro ordenadores y móviles sin otra escuela que el estudio paciente y disciplinado. Creo que lo aprendí de niño. Con la disciplina como norma.

Pero me preocupa que esta forma de encarar la vida minimice al ser humano como individuo. Los resultados económicos de Estados Unidos, Alemania y los países asiáticos están potenciando que el resto de los países se fijen en estos como modelos económicos (lo cual tiene algo de sentido común) pero también como modelos educativos (lo cual es preocupante).

No me inquieta que la llamada educación de la llamada madre tigre china se imponga en el resto del mundo, no me importa que la competitividad sea la base del desarrollo de un país porque tampoco puede avanzar si todos sus ciudadanos quieren ser mantenidos por el estado como funcionarios, pero sería necesario pedir, sería necesario recordar que la búsqueda de resultados no sea el único objetivo.

Y es que el esfuerzo sin resultados conduce a la melancolía, pero los resultados sin felicidad destruyen al ser humano. Quisiera que mi hijo tuviera resultados, pero jamás me perdonaría que para lograrlo, no aprendiera a volar.

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